Comenzamos el curso con el desasosiego y la abisal tristeza con que lo terminamos. Nunca existe el descanso para el maltratador, y las muertes violentas que sufren las mujeres, sin distinción de edad, origen o cultura, suceden de continuo con la terca insistencia que recogen las crueles y frías estadísticas.
Los nombres de mujer asesinadas llenan noticiarios, tabloides, redes sociales, lápidas, como una dolorosa y triste letanía que nos duele en el cuerpo y descoloca el alma. Sara, Mónica, Claudia, Natalia, Maite, África…y tantos otros más, corresponden a nombres de abuelas, madres, hijas, hermanas, compañeras, unas veces cercanas y, otras, desconocidas, muertas por ser mujeres, a manos de unos hombres que no merecen ser llamados como tales.
Desconoce la tregua este machismo extremo que destruye autoestimas, que humilla sin sentido, que anula voluntades, que esclaviza con miedos, que no tiene fronteras y que impone la fuerza bruta y la sinrazón, a falta de Valores basados en la Ética, siempre tan necesarios, que defiendan la Vida en cualquier circunstancia.
No basta con llenar las plazas y avenidas de llantos y protestas, consignas y pancartas. Cumple, desde el hogar, Centros educativos y puestos de trabajo poner claros cimientos de máximo Respeto, bases de Educación, constantes Objetivos que lleven Igualdad y Compromiso a todos los sectores, para que la violencia contra la mujer quede desterrada por siempre y deje de lastrar la estructura vital de nuestras Sociedades.
Prevenir es posible, desde la Educación en todos los niveles, desde la empatía, desde el entendimiento, hurgando en las conciencias y sensibilizando desde la misma infancia sobre esta grave lacra que afecta a todo el mundo
Sorprende que unos jóvenes de un Colegio Mayor, que aspiran a ser jueces, profesores o médicos, entre otras profesiones, que muchos serán padres y muchos tendrán hijas, desde sus ventanales, orgullosos y a coro, reciban con insultos denigrantes y obscenos a jóvenes mujeres del Colegio de enfrente. Y, lo que es más sangrante, que, además, lo defiendan en nombre de una estúpida machista tradición, sin sentir ni un ápice de sonrojo y vergüenza, usando las palabras, “ninfómanas y putas”, con que en sus actos usa la ominosa calaña de los maltratadores. No es excusa el contexto para dulcificar los soeces insultos ni para recurrir a interpretaciones.
Prevenir es posible, desde la Educación en todos los niveles, desde la empatía, desde el entendimiento, hurgando en las conciencias y sensibilizando desde la misma infancia sobre esta grave lacra que afecta a todo el mundo. Verbalizar los hechos, nunca bajar la guardia y denunciar los casos es tarea conjunta para que esta violencia machista que padecen sin razón las mujeres nunca encuentre defensas ni justificaciones en nuestra Sociedad.