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Víctor Arribas, por Alfonso Verdoy

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No sé por qué, pero hoy se me ha colado en mis numerosos recuerdos la figura de Víctor Arribas. Y es que los mayores tenemos, afortunadamente, mucho que recordar. Es verdad que el recuerdo nos quita tiempo para centrarnos en el presente, pero mucho menos del que quitan todas esas pantallas que se han inventado para vivir mejor y más tranquilos, aunque la verdad es que suelen producir el efecto contrario. Pero recordar no es solo el olvidarnos por unos breves instantes del ahora, sino revivir el pasado con mayor plenitud e intensidad, lo cual nos enriquece porque así saboreamos de verdad lo recordado, lo entendemos mejor y avistamos esa especie de misterio que la vida esconde y que al natural nos pasa desapercibido. Al rememorar algo, avizoramos a la vez en nosotros una hondura que nos sobrecoge, porque en ella palpitan los esenciales sentimientos que la vida produce y que las prisas apenas nos dejan degustar.

En los tiempos en que yo recuerdo a Víctor Arribas, cuando yo pasaba por el bar “Los Amigos”, o cuando entraba en la emisora de Radio Tudela- donde yo colaboré a finales de los 50 durante varios años y él ejercía como locutor principal- lo veía y me decía: ahí está Víctor, como siempre. Lo veía en mis afueras, pero ahora lo siento en mis adentros. Lo veía en una faceta determinada: escribiendo, hablando por el micrófono, fumándose un pitillo mientras observaba su alrededor, como si estuviese meditando sobre ello. En cambio ahora lo siento en mi interior, y no solo en un aspecto determinado sino en todos. Se me agiganta su figura y lo veo a la vez como hombre pulcro y correcto, siempre bien vestido, con un pañuelo de adorno en el bolsillo frontal de la chaqueta y haciendo versos sin dificultad, pues le era fácil improvisar en cualquier sitio, sin tener que estar necesariamente ante su mesa de trabajo. Por eso los versos le fluían sin parar, metiendo con soltura las ingeniosas ideas en el ritmo y la rima del octosílabo como en una cascada inagotable, describiendo con humor, con sagacidad, con alegre ironía, con asombrosa precisión y con abundancia en detalles lo que en ese instante se le ofrecía: una fiesta, una comida de amigos, el Ángel, el Volatín, Santa Ana, el chupinazo festivo, el C.D. Tudelano, la Mejana, la menestra, el buen vino, la jota y otros muchos temas de nuestro pueblo. Pero también el amor, porque Arribas era un sentimental y un romántico; versificaba sobre la belleza femenina, las rosas, los claveles y todo lo que realzara el atractivo de la mujer, aunque no sé si alguna vez estuvo enamorado. Fue soltero toda su vida, pues quizá su leve cojera le retrajo para acercarse a esa muchacha que probablemente le gustó hasta el fondo de su limpio corazón, para piropearla y cortejarla como un caballero, porque Víctor era un hombre cabal.

Su mirada tenía un doble nivel: lo que veía en el momento
y lo que pensaba mientras le hacía un poema desde su silencio”

Pese al humor de muchas de sus poesías y al romanticismo de otras muchas, fue una persona de talante correcto y equilibrado, sin mostrar enfado ni emoción ruidosa, sin lanzar improperios contra nadie ni estar malhumorado, sin ser cerrado ni distante, sino siempre tranquilo y abierto al mundo que vivía, mirándolo con aquellos ojos sagaces que descubrían el fondo de lo que miraba. Y es que su mirada tenía un doble nivel: lo que veía en el momento y lo que pensaba mientras le hacía un poema desde su silencio.

No contaba chistes pero te hacía reír con el ingenio de sus versos. Colaboró en La Voz de la Ribera-único semanario entonces en nuestra ciudad- durante muchos años, y sería interesante recopilar su obra para sentir más viva el alma de Tudela. Las pocas veces que he investigado en este periódico por intereses personales, me ha maravillado la cantidad de su creación. He disfrutado con su ágil poética, me he sonreído muchas veces, me ha tocado el corazón otras y en todas lo he admirado. Pensar en él me ha servido para palpar los verdaderos sentimientos que la existencia nos regala, pese a que casi nunca los tengamos en cuenta. Adiós, Víctor, me he dejado muchas cosas en el tintero, porque la Voz tiene el espacio que tiene. Te has muerto hace ya tiempo, pero me revelo a que te hayas muerto para siempre. Menos mal que los recuerdos existen.

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