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Utilidad, por Alfonso Verdoy

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Un político del momento decía el otro día, en un programa de tv, que en política no existen dogmas ni verdades absolutas e inamovibles, sino proposiciones que se aceptan por su utilidad. Y todavía lo remachaba más añadiendo que no le importaban sus contradicciones anteriores si, al hacerlas, había resultado algo útil. No fueron estas sus palabras precisas pero sí su sentido. Aquello me sorprendió, porque su ideal político sí que lo considera este diputado una verdad inamovible, pero en fin, no quiero tratar de la clase política pero sí de este criterio de utilidad por él propuesto.

Desde el siglo XIX se viene defendiendo, por sectores generalmente de corte anglosajón, esta teoría conocida con el nombre de utilitarismo, y que equipara la verdad, el bien y el valor solo con aquello que resulte útil. Pero esta doctrina no solo la defiende una buena parte de las clases dirigentes, sino también sectores relevantes de la sociedad, justificándola mediante eufemismos como la exigencia de las circunstancias, la ley del mercado, la necesidad, la caridad empieza por uno mismo y similares, tapando así ese oscuro egoísmo que late muchas veces bajo el criterio de utilidad.

«El utilitarismo equipara la verdad, el bien
y el valor con aquello que resulte útil»

De esta manera, la verdad puede cambiar a cada momento, lo mismo que el bien y el valor, resultando verdadero, bueno y valioso lo que sea más útil para quienes detentan el poder, no solo el político sino de cualquier tipo, como puede ser el del mundo laboral, el familiar, el de las instituciones y asociaciones privadas, etc. Entonces la vida de cada persona queda sujeta a este vaivén desorientador, que le hace vivir amenazada continuamente por estos posibles cambios, y angustiada por tan volubles e inesperadas modificaciones, dependientes de la voluntad de aquel otro con el que ha hecho un pacto, un proyecto, un compromiso, una compra-venta, o cosas por el estilo.

Claro que en el plano teórico la negación de la existencia de verdades absolutas se cae por sí misma, porque quien hace esta afirmación sí que la toma por verdad absoluta, negándose por ello a sí mismo. Sin embargo en el ámbito práctico es más difícil evitarla. Existe un buen número de personas que ha sufrido en sus carnes la volubilidad de sus socios, o amigos, o familiares, o convecinos, etc., y no ha podido hacer otra cosa que sufrir las amargas consecuencias. Así que solo falta que la clase política se ponga a equiparar la verdad, el bien y los valores con lo que a ella le resulte beneficioso, porque entonces vamos aviados.