Lo que todos estamos necesitando es realizar un viaje espacial, que no es el de lanzarnos al espacio interestelar metidos en un cohete sofisticado en busca de la Luna, Marte o un satélite artificial, nada de eso. El espacio que deseamos visitar no requiere elevarse un palmo del suelo, pues nos bastaría con recorrer unos cuanto metros, o unos cuantos kilómetros según los casos, para llegar al punto deseado, que no es otro que lo que consideramos como nuestro particular mundo: una montaña para los montañeros, la orilla de un río para el pescador, senderos agrícolas para los paseantes, pistas forestales para cicloturistas y corredores, la playa para el bañista, la terraza de un bar para el vividor, el supermercado, la carnicería o un simple paseo por calles y plazas.
Necesitamos viajar a uno de esos puntos porque son fundamentales para nuestro vivir, pues no nos basta con esa superficie corporal que nos envuelve. Si fuéramos una planta vegetal, siempre incardinados en un lugar fijo, sería todo muy distinto, pero afortunadamente tenemos piernas y pies para trasladarnos por donde queramos y cuando queramos, cumpliendo, eso sí, las posibles normas exigidas.
El espacio personal no se limita solo al que ocupa el cuerpo, sino que abarca todo lo que podemos recorrer
Así que, tal como somos, que tenemos una capacidad innata de movimiento, resulta que nuestra espacialidad es muy amplia, tanto como abarca nuestra movilidad. No se limita solo al recubrimiento corporal, sino que va más allá, todo lo más allá que nuestro cuerpo puede recorrer, de acuerdo con lo que la naturaleza nos ha regalado. Por eso también forman parte de nuestro ser las montañas, los ríos, los paseos, las cafeterías, los supermercados, las tiendas, las plazas, etc. Esos espacios son nuestros porque somos nosotros quienes los ocupamos o podemos ocupar. Y constituyen una propiedad que no nos puede faltar. Por supuesto que no tenemos un título de propiedad escrito y firmado sobre las Bardenas, por ejemplo, ni sobre los Pirineos o el Ebro, pero puedo recorrer esos lugares como si me pertenecieran; no me los adjudica ninguna ley, pero sí que los puedo usar porque pertenecen a mi naturaleza móvil.
Por eso ahora que estamos confinados a un lugar único, al espacio mínimo que rodea nuestra piel y poco más, nos sentimos desasosegados, ya que no podemos ocupar el espacio que por naturaleza nos corresponde y que, en otras muchas ocasiones, hemos visitado como lo más lógico. Porque no era ir más allá de nuestro ser, sino estar en él libremente. Aunque llegará un día, por supuesto, en que lo volveremos a habitar.
Alfonso Verdoy