La ubicuidad es una cualidad que asignamos al concepto de Dios, con independencia que se crea o no en su existencia, y consiste en estar presente a un mismo tiempo en todos los lugares. Pero es un nombre surgido desde nuestra imperfecta humanidad y tocado por ella, a causa de lo cual decimos que Dios está- o estaría si existiera, dicen los que lo niegan- presente en todas las partes, lo cual implica indudables rasgos de materialidad, pues en tal caso Dios debería ser extenso, tanto como el mundo, y ello supone asignarle un carácter material. Por tanto, y para ser exactos, deberíamos decir que, en lugar de que Dios está en todas las partes, son todas las partes las que le son presentes a él al mismo tiempo, sin necesidad de que esté en sitio alguno, con lo que borraríamos claramente toda pregnancia material.
Con el teléfono móvil buscamos desaforadamente estar presentes a la vez en nuestro sitio y en todos los demás
Pero quiero dejar aparte todas estas disquisiciones cuasi teológicas, porque no voy a escribir acerca del ser divino, cuya existencia cada uno es muy libre de aceptar o negar, sino sobre el ser humano. Y es que también las personas quisiéramos ser ubicuas, quisiéramos saber de todo sin necesidad de que pasara el tiempo, sabiendo primero de unas cosas y después de otras. No, nosotros quisiéramos estar presentes en toda la realidad a la vez, lo cual es una tentación latente en la que muchas veces caemos.
Y ahí es donde juega un papel importante el teléfono móvil. Con él buscamos desaforadamente nuestra presencia en todo lo habido y por haber, con él buscamos que además de estar presentes en ese sitio concreto en el que nuestras circunstancias vitales nos han colocado, estemos a la vez presentes en otros muchos sitios, como si fuéramos dioses. De ahí se deduce sin duda que estamos insatisfechos con lo que somos y ansiamos oscuramente abandonar nuestra humanidad para igualarnos al ser divino. Se repite en esta situación lo mismo que lo de la serpiente en el paraíso, lo que pasa es que en este caso la manzana se ha travestido en un teléfono móvil.
Está bien servirnos del teléfono para superarnos y alcanzar a ser lo que mejor podemos ser, pero eso de utilizarlo para inconscientemente querer igualarnos a Dios y estar en todas las partes al mismo tiempo, nos derrota por completo y nos impide estar en el único sitio que en cada momento nos corresponde estar; de ese modo, en lugar de enterarnos de todo nos desentendemos lo que en esa ocasión nos ha tocado vivir y es como si no nos enteráramos de nada.
Alfonso Verdoy