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Tiritas, por Pepe Alfaro

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Se puso a jugar con materiales peligrosos, y ocurrió lo inevitable: se produjo una profunda herida, que afectó a estructuras subdérmicas, aponeurosis, músculos, nervios y vasos. Debido a su vasta experiencia, enseguida supo que requería soluciones quirúrgicas importantes, entre las que no podían faltar las oportunas suturas así como la profilaxis tanto antitetánica como antibiótica. Una herida de ese calibre, si no es tratada adecuadamente, desemboca, como mínimo, en gangrena y en amputación del miembro afectado. También, no pocas veces, en la muerte.

Pero sus allegados, consejeros, correligionarios, lameculos, pesebreros, forofos y diversa fauna que le rodeaba, mucha de ella experta en propagar noticias falsas en las redes sociales, le convencieron de que era suficiente con una tirita. Sí, esa “tira adhesiva por una cara, en cuyo centro tiene acomodo un apósito esterilizado que se coloca sobre heridas pequeñas para protegerlas”, tal como dice la RAE en su primera entrada. Al fin y al cabo, una tirita se puede sustituir por otra tirita y por otra y así sucesivamente. Y, lo que es más importante, oculta la verdadera herida y su posible gravedad. Que de eso se trata.

Casi todos los temas, sean de la índole que sean, al modo de lo que sucede con las fábulas o con las alegorías, tienen su correlato en otras situaciones. No lo es menos en el cruento tema que nos atañe. Es lo que viene ocurriendo, cada vez con mayor frecuencia, en el plano de la política. Y, en todos los casos que se refieren a ella, a pesar de la patente gravedad que ese tipo de heridas produce en la Democracia, se intenta solucionarlo con tiritas. Da igual que haya habido profundas heridas causadas por el afilado corte de la corrupción, con todas sus variantes de cambalaches, contraprestaciones, enchufismos, compras de voluntades, nepotismos, traiciones, transfuguismos, espionajes delictivos, luchas cainitas por el poder y todos los contubernios posibles. Basta con disfrazarlo de Ética. Y es que no hay nada como prostituir el lenguaje, calificando de ético el delito.

Se juzga a la persona o a la organización sólo en función de las simpatías, ideologías o menudillos de cada cual. La rectitud moral que se exige a los contrarios

Se juzga a la persona o a la organización sólo en función de las simpatías, ideologías o menudillos de cada cual. La rectitud moral que se exige a los contrarios, no se exige para los propios. Saber juzgar los hechos con objetividad, los haga quien los haga, es la base de la Ética. Y no puede haber Democracia sin Ética.

Quizás, en el fondo, y, escudados en el perverso axioma de que “todos son iguales” o en el socorrido “y tú más”, sea eso lo que pretenden los enemigos confesos de la Democracia. Para ello, nada como ocultar la profunda gangrena de la corrupción a base de tiritas. Por desgracia, no parece que haya una Justicia independiente que sancione los hechos con equidad, se trate de quien se trate, con el rigor de su espada, el equilibrio de su balanza y la opaca venda en los ojos para no mirar el DNI o las siglas de quienes comenten los delitos.

Y en esas estamos. Lo que no debemos hacer es callarnos y esperar a verlas venir.