Aquél era un tipo raro. ¡Qué digo raro, era rarísimo! Por poner un ejemplo, respetaba tanto a la Presidenta del Gobierno de su Comunidad, a la alcaldesa de su Localidad y a la Presidenta de su Gobierno, a pesar de pertenecer a partidos políticos distintos. Y cuando le reprochaban que cómo era posible esa “contradicción tan flagrante”, argumentaba que las tres personas habían sido elegidas mediante las normas establecidas por la Democracia. Pero lo peor del caso es que, cuando le preguntaban a quién había votado, respondía “a ninguna de las tres, pero las mayorías lo han querido así”. Y seguía añadiendo “sus” razones, entre las que no dejaba de repetir la palabra “respeto”. Lo dicho: un tipo raro de los que, afortunadamente, quedan pocos.
El tipo tuvo que abandonar las insociales “redes sociales” porque, al defender su punto de vista, con serenidad y dejando claro que respetaba las diferentes opiniones, no dejaba de recibir insultos por todos los lados. Y cuando le decían “pues respóndeles de la misma manera”, contestaba que en la escuela le enseñaron a no insultar y que en cualquier debate debe prevalecer la razón serena (y subjetiva, ¿por qué no?) sobre el insulto. Y, como al no saber insultar siempre sería vencido, volvía a su absurda cantinela repitiendo de nuevo y hasta la saciedad la denostada palabra “respeto”.
Estaba claro que, con esa manera de pensar y actuar, el mundo se podía ir a la mierda sin posible remedio. Sobre todo si su ejemplo, basado en un pensamiento libre sin dogmatismos, cundía y contaminaba a otros individuos. Porque muchos individuos de esa calaña, si se unían, podrían resultar extremadamente peligrosos para una sociedad cuyo valor principal responde al dicho de “tanto tienes, tanto vales”. Y, entonces, podría darse una revolución. Una peligrosísima revolución en la que el dinero dejase de ser el divino guía que moviese el mundo, siendo sustituido por otros valores basados en la revolucionaria Solidaridad sin exclusiones entre los seres humanos. No es de extrañar que el tipo admirase a tipos como Jesús de Nazareth, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela o José Mújica, entre otros, que predicaron el Amor frente al odio. ¡Con lo necesario que es el odio, por favor!
Después de mucho tiempo sin saber de él, dijeron haberlo visto recogiendo plásticos en las orillas del Ebro. Al parecer, no había variado en su pensamiento y hasta estaba preocupado por el cambio climático. Oí que se había autoexiliado a una isla tercermundista de África y que sólo regresaba una semana cada año para visitar a su escasa familia. Comentaron también que ese aislamiento físico era también mental, y que no había hecho proselitismo con su absurdo pensamiento pacifista y ecologista. Un tipo raro que no entendía que las guerras son necesarias, aunque sólo sea para gastar el armamento fabricado, seguir fabricando más armamento e investigar nuevos armamentos más letales, con la cantidad de puestos de trabajo que esto supone en todo el mundo.
En fin, un tipo raro que, de momento, sigue libre. Y es que, como decían Hitler y sus discípulos, vivimos en una sociedad demasiado permisiva, y así nos va.