Érase una vez, en el año 8888 antes de cristo, en una fría y avanzada ciudad llamada Franks, vivía un niño cuyo nombre era Santa. Santa soñaba con hacer felices a las personas, pero en esa época, no sabían sonreír, por lo tanto no sabía si la gente estaba feliz. Santa tenía los ojos azules, vestía con ropa sencilla y era la persona más generosa de toda Franks, y eso que era más grande que cualquiera de las ciudades que conocemos ahora. Vivía con su padre y su madre de forma humilde vendiendo la piedra que recolectaba su padre en una mina.
Un día Santa estaba caminando tranquilamente cuando le empujó una fuerte una fuerte ráfaga de viento que le mandó directo a un pequeño iglú. Este, por fuera, parecía pequeño pero por dentro era como el triple de grande. Allí se encontró con un pequeño anciano con una larga barba y vestimenta extraña junto a un montón de sellos y velas. También había frascos en los que se podía leer: invisibilidad, salto, velocidad, inmortalidad y magia. Este último es el que más le sobresaltaba.
Hola, te está esperando Santa- Dijo el anciano.
Hola, ¿Me estabas esperando?- Respondió Santa sorprendido
¡Bébete todos los frascos, Santa!
¿Qué? ¡Pero si te acabo de conocer!- Comentó Santa
¡Que te bebas el líquido que hay en los frascos!- gritó el anciano, ya de peor humor.
Vale, vale, ya voy- Dijo Santa para no enfadar al anciano.
Cuando santa se terminó de beber los frascos el anciano dijo:
A partir de ahora te llamarás Santa Claus y repartirás felicidad las casas de los niños. Te nombro mi sucesor; así lo ha querido el destino.-
Luego de esto el anciano cayó en el eterno sueño y Santa sintió como se le levantaban las mejillas poco a poco hasta que le salió la primera sonrisa hasta el momento vista, la más bonita jamás vista. Desde ese día Santa se dedicó a hacer sentir es sentimiento al mundo entero y así lo hizo con ayuda de sus poderes otorgado.
Se puso un gorro rojo con un pompón blanco, unos pantalones y un abrigo de lana rojos, un cinturón negro y unas botas altas.
Y así comenzó la historia de Santa Claus, el hombre que busca la felicidad de todos los niños y niñas del mundo con su famosa frase… ¡Feliz Navidad!
Javier Orta Jarauta 6ºA
La muñequera
El 20 de febrero de 2004 nació un niño como otro cualquiera. Ese niño se llamaba Miguel Jordán. Era de Mallén, un pueblo de la provincia de Zaragoza. Miguel era simpático, amable… pero, sobre todo, se caracterizaba por ser una buena persona.
Como todos los niños Miguel tenía hobbies, como el baloncesto y el tenis. Él siempre decía que su sueño era ganar una NBA. Para ello Miguel, cuando terminaba sus deberes, se pasaba todo el tiempo que tenía practicando para llegar a ser profesional. Jugaba en el equipo de su colegio.
Cuando tenía 7 años, se tuvo que mudar a Zaragoza porque sus padres habían encontrado trabajo. A él le tocaba hacer nuevos amigos. Lo primero que hizo al llegar al colegio nuevo fue hablar con Carlos, su nuevo mejor amigo. Él también quería jugar en la NBA. Ahí fue cuando decidieron apuntarse al equipo del colegio. Y poco a poco fue conociendo a más gente.
En su nuevo edificio no había buen ambiente entre los vecinos, sin embargo, Miguel consiguió tener una magnífica relación con una vecina suya que era muy mayor. Se llamaba Elia.
Elia siempre le hablaba de su hijo. Decía que había jugado en la NBA. Un día le dijo a Miguel: “toma la muñequera de mi hijo, no la usará más, murió hace 2 años.’’
Miguel, sorprendido, la cogió y se fue. Con ella Miguel metía todas las canastas a pesar de que no era muy bueno.
Llegó el primer partido el cual ganaron por 57-28 con 20 puntos de Miguel. El siguiente encuentro lo iban a ganar con 25 puntos del pequeño. La final llegó. Mientras se cambiaba para el partido, Miguel se dio cuenta de que su muñequera no estaba en la mochila. Se la había robado un compañero envidioso. El entrenador le convenció para jugar y saltó al campo sin su muñequera pero con la misma actitud de siempre.
La final ya estaba acabando cuando el equipo contrario metió una canasta. El partido se ponía en contra del equipo de Miguel, perdiendo 55-56. Y en la última jugada del partido metió, ¿quién, si no? Miguel y ganaron la copa Virgen del Pilar.
En la final hubo varios ojeadores, entre ellos uno del Casademont Zaragoza, quien habló con los padres de Miguel para jugar en sus categorías inferiores. Miguel y sus padres aceptaron la propuesta.
Años después, ya consolidado en el baloncesto profesional, a Miguel le llamaron los Boston Celtics para que fuese a jugar y a cumplir su mayor deseo.
Cuando aceptó la oferta, lo primero que hizo fue ir a ver a su vecina Elia a darle las gracias por haberle dado tanta confianza y de ahí dedicarse al baloncesto.
Pedro Santos Lorza 6ºB
Curiosidad en la nieve
Una Navidad fría, en un pueblo llamado Jeikar, caían los copos de nieve, blancos como las nubes en un día nublado. Había una niña llamada Nerea. Nerea era hija única y tenía 5 años. En su pueblo, nunca había nevado. La madre de Nerea murió cuando ella solo tenía 18 meses.
Se acercaba el día 24 de diciembre. Todos en Jeikar estaban muy nerviosos. Los niños y niñas ya habían mandado la carta con los regalos que querían a Papá Noel, incluida Nerea. Como la madre de Nerea murió, su padre es muy protector y no le dejaba salir a jugar con la nieve. Nerea quería tocar, sentir, percibir con los sentidos la nieve.
Esa noche, después de despedirse de su padre para irse a dormir, Nerea esperó impaciente a que su padre se fuera también a la cama y se durmiera. Cuando por fin llegó en momento, cuando ya se escuchaban los fuertes y sonoros ronquidos de su padre, Nerea bajó silenciosamente las escaleras, Nerea cogió el pomo de la puerta, lo giró pero no se abría, entonces, se acordó de que su padre guardaba la llave en el primer cajón de su mesilla de noche, pegada a su cama, donde él dormía. Se acercó silenciosamente al cajón, pero no sirvió de nada, ya que el cajón hacía un ruido chirriante, pero el padre no se enteró. La niña agarró la llave y sin cerrar el cajón corrió hacia la puerta. Pisó la nieve, que era blanda como el algodón de azúcar. No tardó en dar unos pocos pasos más, y perderse. Por la mañana, que ya era 25 de diciembre, el padre se despertó a las 7 de la mañana como siempre para despertar a Nerea. Pero esa mañana era diferente porque ella no estaba.
Nerea estaba llorando debajo de un árbol. Papá Noel volviendo a casa, la encontró tiritando. Papá Noel le preguntó:
¿Qué haces aquí Nerea?
¿Cómo sabes mi nombre? dijo sorprendida.
Eres la pequeña Nerea, estás en mi lista de niños buenos. Contestó.
No, yo no soy buena, me escapé a noche para tocar la nieve. Insistió.
Tranquila, yo te llevo a casa. La tranquilizó.
¿Sabes dónde vivo? Se sorprendió.
¡Claro, si te he dejado muchos regalos. Dijo feliz.
Celia Usarralde Poyo 6º C