La crisis sanitaria de la Covid-19 que asola el mundo de la actualidad puede traer consecuencias irreversibles para el ámbito de la educación. A pesar de que no podemos saber lo que sucederá en unos años, ni tan siquiera en unas semanas, debido a la incertidumbre, riesgo y liquidez de un mundo que se nos escapa entre los dedos como el agua (Bauman, 2006); sí que debemos imaginar-proyectar, analizar, discutir y reflexionar sobre algunas limitaciones, también oportunidades, que atraviesan nuestra historia contemporánea. En este sentido, el Covid-19, lejos de aparecer exclusivamente como un fenómeno médico-sanitario, se erige como una realidad poliédrica de un gran impacto económico, social, mediático, político y, por supuesto, educativo.
La adopción masiva de la enseñanza a distancia de manera precipitada -definida como enseñanza remota de emergencia (Bozkurt y Sharma, 2020)- ha permitido que afloren algunas contradicciones de los sistemas educativos, las más evidentes en las denominadas «escuelas de alta complejidad» en entornos sociales con alto riesgo de exclusión social, donde se ha confirmado la brecha social que obstaculiza la ya de por sí complicada digitalización de la enseñanza, llegando a cuestionarse el propio derecho a la educación. Una brecha de equipamiento tecnológico (viviendas sin wifi, sin ordenador o compartido para todos los convivientes, con un único dispositivo móvil para toda la familia sujeto a un exiguo plan de datos); habitacional (inadecuación de la vivienda por carencia de espacio, masificación o falta de intimidad); educativa (escaso capital cultural de los padres en el ámbito de la educación formal y/o de los medios digitales) y lingüística (desconocimiento de la lengua vehicular de la escuela por algunas familias, dificultades de comunicación con las maestras y maestros). Muchas voces han dado la alarma ya que se corre el riesgo de una desconexión duradera, quizás definitiva, con la escuela.
Reconozco que «es complicado” prepararse ante un escenario que cambia cada día y con los centros cerrados desde marzo. Vivimos una incertidumbre muy grande, como sociedad, trasladable a la escuela. Es evidente que el «riesgo cero» no existe, pero soy tajante afirmando que el alumnado tiene que volver a la escuela. En eso, creo, estamos todos de acuerdo. El problema está en el cómo y ahí no hay ni habrá un riesgo cero, como tampoco lo hay en las playas… Mi máxima preocupación en estos momentos es que no encontremos una respuesta consensuada, que nos echemos la culpa unos a otros y no seamos capaces de ver que esto es una emergencia y que hay que arrimar el hombro entre todos.
Observo el dialogo del Departamento de Educación con los distintos sectores, entre los que está el Consejo Escolar, que presido. Hemos ido mandando nuestras aportaciones, entre otras, el Plan de Reincorporación a los Centros, el Documento de bases para la reactivación educativa de Navarra 2020-2023, todos ellos aprobados por unanimidad. Tengo que decir, que muchas de las aportaciones del Plan de Reincorporación están recogidas en el Plan de Contingencia. Por otro lado, sigo las aportaciones de las asociaciones de directoras y directores, del CERMIN, de la Mesa de Padres y Madres (en la que he estado presente, y propuestas como la incorporación de comedor en Fase II planteada por Herrikoa se han incorporado) y creo que, además de razonables, son peticiones que complementan este Plan de Contingencia, lo actualizan y lo hacen dinámico, y por lo tanto, remarco la importancia que tiene un Plan cuando es un documento vivo. Respecto a las reclamaciones sindicales de más medios y de nuevas contrataciones, discrepo. La solución no es coger profesorado para hacer lo mismo que antes. El quid está en hacer las cosas de forma diferente: los espacios, los horarios, los tiempos, los aprendizajes…., se trata de gestionar muy bien los recursos de cada centro y luego ir pidiendo de forma razonable las cosas necesarias. El tema no está en los recursos, sino en la organización y el sentido que les demos. Y luego, claro, habrá que contar seguro con más recursos (el Departamento ya ha adelantado 666 nuevos docentes, amén de otras contrataciones de limpieza y dotaciones tecnológicas importantes).
Entiendo como positivas aquellas medidas que aseguren una educación presencial con garantía, y por ello, repasando propuestas de países como Dinamarca, Alemania…y respuestas de viarias autonomías de este país, se observa la similitud entre ellas, y es que no hay muchas más posibilidades. Conviene resaltar que Navarra fue la primera Comunidad Autónoma en presentar el Plan en toda España, allá en junio, con lo que supone para la organización de los centros. Apostar por «compartimentar las relaciones dentro de las aulas» para que en caso de que haya un positivo no tenga que ser necesario enviar a todos a casa, es muy sensato. Pero está claro que las burbujas educativas podrán ser efectivas en la medida que existan «pequeños grupos de relación, pequeñas burbujas» sociales para no darle opción al virus a alcanzar nuevos grupos. La forma que tenemos de convivir con el virus, algo inevitable, depende de todos nosotros, de ti y de mí. Cada ciudadano debe asumir el compromiso en primera persona de seguir pautas por su propia salud y para evitar la transmisión a las personas que le rodean. Ese «paso al frente en la prevención» se concreta en el llamamiento a que los niños y niñas no jueguen juntos en espacios públicos y a que los mayores se muevan en grupos reducidos y controlen el número de personas con las que tienen contacto. Esta es la clave: crear pequeños grupos de relación, pequeñas burbujas en las que convivamos y disfrutemos, pero no darle la opción al virus de alcanzar nuevos grupos y nuevas personas. Creo razonable y sensato no generalizar las pruebas PCR al personal educativo, pero si quizá test serológicos a las personas con mayor riesgo de transmisión y vulnerable, y muestreos según criterios de Salud Pública, además de que existan canales directos de coordinación con profesionales de Atención Primaria de los centros de salud a los que están adscritos los colegios. Es necesario sentirse lo más seguros posibles, ya que incide directamente en calidad educativa.
Reclamo en este principio de curso «de modo especial» «una acogida personal y una atención emocional» al alumnado, principalmente en lo relacionado con los programas de inclusión y el tratamiento de la diversidad, e incorporar «los medios necesarios» para ese objetivo. Considero también que las familias deben ser informadas de todos los cambios organizativos que se prevean por los centros. Poner en marcha metodologías que aumenten la motivación del alumnado, logren un aprendizaje significativo, que fomenten la autonomía del alumno y promuevan la experimentación e investigación es esencial. Es asimismo crucial la formación del profesorado en este nuevo contexto, la participación de las familias para detectar sus necesidades, la flexibilización en la organización de los espacios y los tiempos para responder a las diferentes situaciones, así como atender a las necesidades de conciliación familiar.
Es inexcusable, por tanto, que la comunidad educativa, en general, y los profesionales de la educación, en particular, afronten un profundo análisis sobre el cambio de relato organizativo y pedagógico con el que vamos a tener que construir el futuro. El carácter de un primer razonamiento, al que -sin duda- seguirán muchos otros, nos lleva a encuadrar la reflexión en torno a tres ejes básicos de los procesos de enseñanza-aprendizaje: qué enseñamos o qué deberíamos enseñar, cómo lo enseñamos, y lo que nos parece más importante, si cabe, para qué debemos enseñar o cuál debería ser el objetivo preciso de nuestra educación. Se debe apostar por transitar de un modelo centrado en los resultados, en la acumulación de contenidos y en la memorización de cara a una evaluación estrictamente académica, hacia otro donde el centro se sitúe en el aprendizaje competencial de los estudiantes, en la adquisición de habilidades y capacitación de recursos, sociales y personales, que nos permitan afrontar las adversidades de la vida. Transmitir el saber y enseñar para «ganarse la vida», sin duda, pero educar para «entender la vida» en un mundo en permanente cambio, también. Ciudadanía, convivencia, equidad, justicia social, integración de lo digital, gestión emocional, resiliencia, cercanía afectiva, o esperanza, serán los vectores necesarios para ganar el futuro de la educación.
Manuel Martín Iglesias
Presidente