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Quitar el “belén”

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Desmontar un belén, como solemos hacer por estas fechas, es una tarea doméstica con un sabor íntimo y especial. La razón estriba en el revoltijo de emociones que nos brota mientras lo hacemos; porque no es sólo la dimensión religiosa la que revivimos, sino sobre todo la nostalgia del tiempo pasado, la nostalgia de una niñez más o menos lejana y ya perdida para siempre; en esos momentos la longitud de la vida pretérita nos hace sentir la cada vez mayor brevedad del futuro ¡Y es que van tantos años envueltos en las estereotipadas caras de los Reyes Magos, en las barbas de San José y en cada una de las inertes figuritas…!

Desmontar un belén, como solemos hacer por estas fechas, es una tarea doméstica con un sabor íntimo y especial

Al final las colocamos con suma delicadeza, envueltas en un paño, en la misma caja de siempre. Luego, cuando todo está ordenado y listo, cuando el lugar donde montamos tan peculiar escenografía queda limpio, se nos suele ahondar un poco más esa indefinida añoranza por nuestra época infantil, y no sólo porque nuestra edad fuera tan pequeña que no viéramos todavía el inminente final, sino porque nos gustaría repetir de nuevo aquellas sensaciones tan vivas y frescas, aquellas miradas que hoy sabemos que fueron ingenuas y limpias, aquellas risas tan francas que nos parecían lo más natural, aquellos deseos inagotables de jugar con lo amigos y sentir de nuevo esa pujanza exultante con que experimentábamos la vida.

Trasladamos por fin el belén a un rincón de la despensa, o al cuarto trastero, entre las botellas de vino y las bicicletas, puede ser. Allí lo dejamos con cuidado exquisito, casi ritual, porque sabemos que en él va algo de nosotros mismos. Y, ya al salir, una última mirada a las cajas, para cerciorarnos de que no falta ninguna, pero no es realmente por eso, sino porque allí, entre la Virgen, el Niño, los pastorcillos y lavanderas, entre el río de cristal y las ovejas sabemos que está, saltarina, invisible y, sobre todo, inapresable, nuestra niñez. Está ahí guardada, pero ya no nos pertenece. ¡Cómo nos gustaría volver a sentirla, y sobre todo volver a vivirla, aunque no fuese más que una vez al año, precisamente por Navidad…! Luego cerramos la puerta, damos un imperceptible suspiro y volvemos al cuarto de estar; la vida continúa, aunque nosotros sigamos por un tiempo, breve y maravilloso, prendidos en la dulce nostalgia del belén.

Alfonso Verdoy