Al hilo de mi anterior artículo, me parece también conveniente reflexionar sobre un aspecto con el que tiene relación, y es el relativo a nuestras conductas, principalmente aquellas que se caracterizan por una indudable pregnancia moral. Tal como decía en el número anterior, la divulgación esquematizada de ciertos temas, como el del ADN y de los genes que lo componen, puede hacernos pensar que son esos genes los responsables de nuestras acciones, puesto que hemos llegado a creer, quizá de modo confuso, que son ellos los que necesariamente nos obligan a actuar de cierta manera.
Por supuesto que tienen influencia en lo que hacemos, pero no son el motor de nuestras actividades, pues en realidad actuamos simplemente porque lo queremos, porque así lo decide nuestro yo, lo que significa que no actuamos porque nos empujen esos genes recién descubiertos. Es evidente que intervienen en nuestras acciones, pero no como la causa principal sino como los medios que están a nuestra disposición.
Nuestros genes tienen influencia en nuestra vida, pero no son el motor de nuestras acciones
Somos conscientes de que andamos, por ejemplo, no porque tengamos dos piernas, sino porque esa es nuestra voluntad. Las piernas son el medio que usamos para tal fin, y está claro que si no las tuviéramos no nos moveríamos, por muchos que fueran nuestros deseos, pero una vez que la naturaleza nos ha dotado de nuestras extremidades inferiores, cuando tenemos deseos de andar las ponemos en marcha, y no es a la inversa, es decir, no es que las piernas se pongan en movimiento por sí solas y no nos quede más remedio que seguirlas. Supongo que todos tenemos la misma experiencia en este asunto, y no se nos ocurre pensar lo contrario.
Pues lo mismo sucede respecto a las demás actividades, por lo que no odiamos, amamos, robamos, somos antisociales, etc., porque nos obliguen a ello los citados genes,- exceptuando las respectivas patologías- no es que estos se pongan automáticamente en marcha y hayamos de obedecerles, sino que es precisamente al revés, siendo nuestras decisiones las que hacen entrar en juego esas minúsculas partículas para que actúen o permanezcan inactivas, igual que hacemos que las piernas se muevan o no cuando así lo decidimos. Y es que no decide nuestro mapa genético, sino que somos nosotros los que damos una orden haciendo que nuestro psiquismo, lo conozcamos mucho, poco o nada, actúe o no actúe en una dirección concreta. De no ser así, no podríamos ser responsables de nuestros actos porque no seríamos libres.