Estamos ya en pleno verano, una estación que invita a una vida más relajada gracias al clima y a que los días son más largos, lo cual nos estimula a salir más de casa y alternar con las amistades. Además, está el asunto de las vacaciones, porque entre pensarlas, elegirlas, prepararlas y llevarlas a cabo se nos va un tiempo largo que nos produce una sensación de relax, aunque en ciertos momentos se mezclen algo las prisas.
Pero esta relajación no tiene que llevarnos a un displicente hedonismo, sino que hemos de mantener la misma firme actitud del resto del año. Y esto requiere prudencia, porque, como decía Aristóteles, es la base de todas las virtudes, ayudándonos a buscar lo que es bueno para nuestra vida en general y en conjunto, no respecto a una sola situación. Por ejemplo, si nuestra salud requiere que perdamos unos quilos, es evidente que una suculenta comida se nos presenta como un bien para el aspecto del apetito y del gusto, pero la prudencia nos dirá que es un mal para el conjunto de nuestra vida.
La prudencia es el único camino para conformar nuestra identidad y afrontar con garantías nuestro futuro
Claro que no siempre el asunto es tan fácil, porque muchas veces no sabemos qué es realmente lo mejor para nuestro vivir. En estos casos habremos de fiarnos de nuestra propia sensibilidad y de nuestras múltiples experiencias, lo cual nos exigirá una profunda y quizá larga reflexión; pero será bueno igualmente contar con las experiencias de otras personas, es decir, que deberemos dialogar con quienes han afrontado situaciones similares y las han resuelto.
Pero la prudencia no es solo saber qué es lo que hemos de hacer, sino sobre todo hacerlo, para lo cual es imprescindible contar con una voluntad firme, porque ser prudente exige actuar. Podemos tener la idea de que la persona prudente acepta mejor las decisiones de los demás que las suyas, relegándose a una cierta pasividad, pero esto es todo lo contrario, es ser imprudente. La prudencia es el único camino para conformar nuestra identidad y afrontar con garantías nuestro futuro.
Y por supuesto que la prudencia implica interesarnos también por la vida buena de la familia y del Estado, ya que nuestra vida está íntimamente ligada a estos dos ámbitos. La relajación veraniega no debe llevarnos, por tanto, a una vida desequilibrada y exclusivamente placentera, ni a perder los hábitos buenos que habíamos adquirido, sino a forjarlos más estables, porque, aunque no lo parezca, es la única manera de que nuestro verano y nuestra vida sean buenos de verdad.