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Ponle tú un final

Cuentos de Navidad del IES Valle del Ebro

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Harry, era un niño que vivía en una nación rodeada por una muralla. Su nación era perfecta, las casas eran iguales, los chicos siempre vestían camisas blancas con chalecos azules y pantalones vaqueros, las chicas se vestían con una camisa blanca, un chaleco rosa y una falda rosa. Solo tenían tres animales, gatos, perros y hamsters. Los padres siempre se levantaban para ir a trabajar y las madres siempre se despertaban para cuidar de la casa.

Harry vivía feliz con su familia sin ninguna preocupación… Una Navidad, regresando a casa tras ir a encargar los dulces para Navidad, vio una puerta en la muralla… Hay que tener en cuenta que sus padres, le avisaron de que a las afueras de la muralla vivían titanes con el único objetivo de acabar con todos, el niño pensaba que todo eran leyendas y se le ocurrió abrir la puerta…

Harry tenía razón, se encontró en un bosque inmenso. Caminando por el bosque, vio animales que jamás había visto antes; bueno, normal, su nación estaba protegida para que nada ni nadie pudiera pasar por la barrera protectora que tenían en el cielo…
En su paseo se encontró con una niña vestida de una forma peculiar, no llevaba falda, ni siquiera un vestido ni llevaba nada rosa, su ropa estaba un poco embarrada. Llevaba una muñeca y un trozo de pan, que compartía con los animalitos… se le acercó y ella le ofreció un poco de pan… La chica sonrió y lo arrastró hasta su aldea.

La aldea de aquella niña era diferente, no todas las chicas llevaban faldas, no todas las mujeres se quedaban a cuidar la casa, no todas las casas eran iguales y no tenían las mismas “mascotas” que las de la nación de Harry. Él se comunicó con adultos que sí le entendían, cosa que a Harry le venía bien porque tenía muchas preguntas. Por ejemplo, ¿Qué son esos monstruos de cuatro patas blancas mancadas de negro con cuernos que hacen “mooo”? ¿Cómo se llaman esas hadas finas con alas de colores que se parecen a las flores? Él nunca había visto una vaca, ni siquiera una mariposa.

Cuando un adulto le explicó todo, se le ocurrió una gran idea: contárselo a su nación. Al oírlo sus padres se asustaron, ya que pensaban que Harry había sido controlado por unos de esos grandes titanes. Porque nadie sabía la verdad.

Con el paso del tiempo, Harry siempre hacía una visita a sus amigos “míticos” como él decía, ya que eran diferentes, pero el tipo de diferentes que pensaban los demás… Para él, ese pequeño mundo de ahí fuera era mágico…

Después de unos años, Harry extrañaba a sus amigos fantásticos; hacía tiempo que no los veía. Un día al visitarlos se asustó. Nunca había visto tanta destrucción, todo estaba en ruinas… Le preguntó a su amiga quién había hecho todo aquello, y la chica simplemente señaló a la muralla…

Amina Fira 1º ESO C

Es Navidad

Es Navidad. O eso creo, vamos. Ya todas son iguales. Igual de bonitas. Igual de feas. Recuerdo la primera vez que mi padre me llevó a ver la nieve un día como hoy, yo tendría unos cinco años. Buff, qué frío hacía. No, espera… Mi madre. Fue mi madre quien me sacó a la nieve. En fin, que es Navidad.

Me alegra mucho ver a los niños correteando por ahí fuera, saltando y haciendo muñecos de nieve. Algunos vendedores ambulantes vendían zanahorias para hacerles la nariz. Curiosa forma de desperdiciar la comida. Con la de hambre que hay y a los niños no se les ocurre usar otra cosa. Me acuerdo de pequeña, cuando mi padre me llevó a la nieve, que no me dejaba ponerles zanahorias a los muñecos. Pero bueno, es Navidad, qué más da eso.

Lo que más me emociona es que va a venir mi hijo. Mi criatura. Mi amor. A él le encanta la Navidad, siempre le ha gustado. Recuerdo todavía cuando bajaba corriendo las escaleras en esas mañanas tan deseadas. ¡Vamos yaya, corre!” Nunca he entendido por qué hay que ir tan rápido, como si los regalos se fueran a marchar de allí.

Me ilusiona, la verdad es que, aunque no puedo celebrarla muy a menudo, me sigue alegrando. Cuando por la ventana se comienzan a ver los primeros indicios de la llegada de esta época del año, me pongo realmente feliz y me viene una oleada de recuerdos. Es una sensación agradable. Cuando la nieve se comienza a acumular en el alféizar de mi ventana, no puedo evitar llorar. Sé que es raro llorar cuando estás feliz, pero no sé, la vida en sí tampoco tiene mucho sentido. Lo único que me frustra de todo este ambiente es tener que vivirlo apartada. No me dejan tocar ni sentir la nieve. Cuando intento salir de mi habitación para llegar hasta mi destino, siempre me traen de vuelta unos ángeles vestidos de blanco. No llevan alas, pero papeles sí. Una vez casi lo consigo, fue hace cuatro navidades. Conseguí evitarles al principio, pero no pude encontrar la salida. No fui lo suficientemente rápida y los ángeles me vieron. Estuve a punto. Alguna Navidad lo lograré.

Mi hijo al final no ha venido. Supongo que estará en algún viaje importante de vacaciones.

O tal vez simplemente no se ha acordado de venir. Con lo bonita que se veía desde aquí la nieve, cómo se va a olvidar. No era posible, sencillamente no lo era. Pero bueno, es Navidad, no voy a sentirme mal en estas fechas. Hacía algo de frío, pero eso era lo de menos. No me quería tapar con la manta porque me agobiaba, me da la sensación de que me ahogo. Ya no había niños afuera con los muñecos de nieve, solamente algunos jóvenes paseando y dándose algún que otro beso.

De repente una mano me tocó el hombro. ¿Mi hijo? No, era otra persona. Era uno de los ángeles. Yo sonreí, me agradaban cuando no me intentaban retener allí.
– Es la hora de la pastilla, señora. – Dijo el ángel. Yo lo miré riendo.
– ¡Es Navidad!

Javier Morancho 4º ESO D