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Pongamos los cuidados en el centro de nuestras vidas, por Batzarre

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“Poner la vida en el centro”, “la importancia de los cuidados”, “sin nosotras el mundo no se mueve”, “dignificar los cuidados”… son frases que cada vez escuchamos más desde el movimiento feminista. Es una reclamación histórica, que ha adquirido más sentido si cabe con la pandemia; semanas en las que hemos estado en nuestro hogares cuidando y auto-cuidándonos tanto sanitaria como emocionalmente.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de “cuidar”? Nos referimos a cambiar un pañal, a lavar la ropa, a acordarse de llamar para preguntar “qué tal”, a tener la casa apañada para que sea agradable estar en ella, a poner un respirador, a ir a casa de alguien “que no tiene tiempo” para hacerle el baño y la comida, a atender a las personas dependientes, a tomar un café con tu abuela… Cuando hablamos de cuidados nos referimos al desarrollo de una serie de tareas, remuneradas o no, que resultan indispensables para nuestro bienestar físico y emocional; todas y todos precisamos ser cuidados en diferentes momentos de la vida, en intensidades distintas. La necesidad de que nos cuiden es inherente al ser humano.

El confinamiento y los cambios en nuestra formas de relación nos han obligado a marchas forzadas a aprender esta lección: a veces, hemos tenido dificultades para conciliar estando en casa con nuestros niños y niñas teletrabajando a la vez; otras veces hemos sufrido por no poder visitar a nuestros seres queridos o enfermos; bastante a menudo hemos tenido que redistribuir las tareas y los tiempos en casa. Aprendimos lo importante que eran, cuando dejaron de ofrecerse de un día para otro, servicios que se prestaban a la infancia, a la dependencia, a la adolescencia. Empezamos a aplaudir al personal sanitario a la vez que “nos dimos cuenta” de que el personal de limpieza también se la estaba jugando y que su trabajo era tan esencial como el del personal sanitario. Empezamos a dar muchísimo valor al personal sociosanitario que era quien cuidaba en exclusividad y en situaciones durísimas a nuestras personas mayores… En resumen, aprendimos la importancia que tienen para nuestras vidas todas las tareas de cuidados, sean profesionales o no, sean remuneradas o gratuitas, sean externas o en la intimidad de nuestros hogares.

Pero a nadie se le escapa que estos trabajos de cuidados, que tienen tantísimo valor social y son esenciales para mantener nuestras vidas, tienen escaso valor de mercado: son trabajos en precarias condiciones salariales y contractuales –ponemos como ejemplo el personal de residencias-, o en situaciones de informalidad en la relación contractual –empleadas del hogar, por ejemplo-. Y, por supuesto, son trabajos realizados mayoritariamente por mujeres tanto dentro como fuera de los hogares, con alto porcentaje de mujeres migrantes de clases populares. Es decir, los cuidados están altamente feminizados y racializados.

Para colmo de todo lo anterior, el mercado laboral “exige” no tener responsabilidades de cuidado para poder realizar jornadas infinitas, tener una gran disponibilidad, poca flexibilización… Y no existe nadie que no tenga responsabilidades de cuidado, a no ser que exista un colchón “invisible”: una mujer a la que se le paga por limpiar la casa, a la que legalmente se puede despedir cuando se quiera y que no tiene derecho a paro; una pareja que se quede en casa si los niños enferman; una inmigrante que cuide al abuelo; o una hermana que cuida de su madre enferma los fines de semana. Y tantos ejemplos más.
Sin embargo, los cuidados no solo no son una prioridad para las administraciones, que han resuelto de forma muy precaria algunas necesidades, sino que muy a menudo han permitido que se conviertan en negocio, dando entrada a empresas con ánimo de lucro que exprimen los beneficios gracias a las carencias del sistema público de cuidados.

En resumen, tenemos una gran oportunidad de repensar, reorganizar y dignificar los cuidados.
A nivel personal corresponsabilicémonos de ellos, no dejemos que todo ese trabajo esencial para nuestras vidas recaiga en las mismas. A nivel laboral, dignifiquemos salarios, condiciones y horarios del personal que cuida, sabemos que son esenciales. A nivel político, hagamos cambios para no permitir que el mercado laboral se alimente de trabajadores exentos de responsabilidades del cuidado y pongamos en la agenda la importancia de construir sistemas públicos de cuidados universales y accesibles.
Porque sin nosotras se para el mundo, pero es un mundo que nos invisibiliza, nos precariza, y nos deja carentes de derechos, pero sí cargadas de responsabilidades.

Por todo esto, y por mucho más, este 8 de marzo, desde Batzarre os animamos a reivindicar los derechos de todas las mujeres, desde los pueblos, desde los barrios o desde los balcones.

Ana Arillo Crespo, Patricia Abad Encinas y Raquel del Pozo Vázquez, miembros de Batzarre.