Afirmar que el mundo está cada vez más polarizado es una más que patente obviedad. Basta con echar un vistazo a las redes insociales para comprobarlo. Sin ir más lejos, y por poner un ejemplo al uso, como se te ocurra hablar bien (o mal) de alguien, no faltará quien te salte a la yugular, al más puro estilo vampírico, para ponerte a parir por hablar bien (o mal) de ese “alguien”. No se admiten términos medios.
De modo que, debido a esta polarización que no cesa, los humanos (autodenominados como especie homo sapiens, que ya tiene gracia la cosa) se dividen siempre en dos partes irreconciliables. Vamos que no ha cambiado nada desde el mismísimo Génesis, tan polarizado ya en ángeles y demonios, adanes y evas, serpientes y manzanas, o caínes y abeles.
Una de las últimas polarizaciones que ha saltado a las redes divide al personal entre comisionistas y pringaos. Porque está claro que si no te llevas una buena comisión exprés de lo que sea, facilitada por tus amiguetes políticos, con el loable fin de llenar tus más perentorias necesidades de ferraris, lamborghinis, rolex y yates, eres un pringao que curra por llevarse un mísero salario, cada vez más mísero porque tu poder adquisitivo siempre va por detrás de lo que marca el IPC.
Lo de la polarización está en nuestras conversaciones tan a todas horas, que el otro día, mi nieta, que cursa segundo de preescolar, me soltó de sopetón “yayo, Tudela está polarizada”. Me quedé atónito y le pregunté a qué tipo de polarización se refería, y me contestó “ya han puesto en las tiendas de chuches que SE VENDEN POLOS”. Tragué saliva para contener las lágrimas, debido a un violento ataque de ternura. Lo cierto es que, ahora que llega el buen tiempo, tendríamos la ocasión de polarizarnos con un polo con el fin de aliviar el calor insoportable que se prevé, como consecuencia del cambio climático que seguimos provocando.
Luego me dio por pensar que si nos gobernase la infancia, otro gallo cantaría, pues los comisionistas ultrapijos se irían al carajo, y los dogmáticos adoradores de líderes políticos, que tanto hacen por polarizar (sin polos refrescantes) al personal, se la tendrían que envainar (me refiero a la espada que siempre llevan desenvainada). Por dar pistas concretas, una niña con la inocente y profunda filosofía de Mafalda sería la perfección. Claro que, para eso, los poderes fácticos tendrían que poner en práctica la tan denostada Ética, que debería ser la guía que marcara las actuaciones del comportamiento humano. Y eso es poco menos que imposible, porque no deja beneficios “pa la saca” a los amigos comisionistas.