Que el Lenguaje puede pervertirse es una patente realidad. Sobre todo cuando intervienen intereses espurios para que así sea. Y una de las mayores perversiones se hace por medio de la utilización dolosa de los adjetivos calificativos. Por poner un ejemplo de total actualidad, fijémonos en el adjetivo “verde”. Conviene aclarar que “verde” tiene cinco acepciones como nombre masculino en el diccionario de la RAE, y nada menos que dieciséis como adjetivo. La última de ellas dice así: “Dicho de un producto ecológico”.
Sabido es que la Ecología es la rama de la Biología que estudia las interacciones de los seres vivos (sobre todo de la estúpida especie homo sapiens) con su hábitat. Pues bien, en estos tiempos en que esas interacciones caminan hacia la progresiva destrucción del planeta, todo lo ecológico está de moda y muy bien visto, porque existe una conciencia generalizada de poner freno a tanta barbarie. Por desgracia, la mayoría de la gente que aboga por un planeta limpio carece de poder de decisión. Y como el color verde debería ser predominante en La Tierra y es, por ello, el símbolo de la Ecología, los poderosos han decidido que, en vez de cambiar los obsoletos medios de producción por otros más acordes con la supervivencia del planeta, les es suficiente y más rentable calificar de verde a todas sus contaminantes actividades.
Los poderosos han decidido que, en vez de cambiar los obsoletos medios de producción, les es suficiente y más rentable calificar de verde a todas sus contaminantes actividades
Por eso, la mayoría de la compañías energéticas, a las que les importa un bledo la Ecología, pues solo se mueven por intereses económicos, han decidido denominarse “verdes” y han teñido de ese ecológico color desde sus logotipos hasta las corbatas y gayumbos de sus directivos. De manera que ya es verde la otrora denostada energía nuclear, es verde la energía hidroeléctrica que se dedica a vaciar pantanos sin tener en cuenta las necesidades de la población, es verde la energía que utiliza combustibles fósiles de altísima contaminación y, muy pronto, llamarán verde a la energía producida por el carbón, por lo que se reabrirán las minas. Tiempo al tiempo. Y, en consecuencia, nos hablarán del “carbón verde”, que, bien mirado constituye un bello oxímoron, al estilo del que empleó Quevedo refiriéndose al Amor, “es hielo abrasador, es fuego helado”, o de esa “música callada, soledad sonora” que nos cantara el místico San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual.
Lo que son las cosas, gentes que odian la Poesía recurren al lenguaje literario para el más burdo engaño, intentando teñir de poético verde la negra realidad. Solo nos queda suspirar con el “Romance sonámbulo” de Lorca y su estribillo, “verde que te quiero verde”, que debería convertirse en un permanente grito social a favor de un planeta que, con sus cada vez más frecuentes y extremos cambios climáticos, nos anuncia su irreversible destrucción.