Sacar banderas a las calles es fácil. Ya sean banderas de España en Madrid, o esteladas en Barcelona, sacar banderas a la calles y a las plazas es de lo más fácil. Crear crispación y apelar a sentimientos viscerales, a la testosterona, antes que a la razón y al sentido común, es también muy sencillo. Como lo es acusar a un presidente del gobierno de ser ilegítimo, de ser un golpista y un traidor. Es muy fácil echar leña al fuego irresponsablemente, a través de un altavoz en una plaza o un micrófono en una emisora de radio, cuando se sabe que eso puede cosechar muchos votos. Lo que es más difícil es prever las consecuencias que todo esto puede tener.
Patriotas de pacotilla agitan las banderas al viento en plazas de Madrid y en plazas de Barcelona, y repiten una y otra vez palabras como nación, patria, unidad los unos, libertad, democracia y autodeterminación los otros. Son los más patriotas, dicen, los que más defienden a la nación, a la vez que no tienen ningún reparo en robar a esa misma nación a la que dicen amar, o en tomar decisiones que perjudican a la mayoría. No dudan a la hora de recortar en gastos sociales, de promover contratos basura y empleo precario, de privatizar servicios públicos. Curiosa manera de demostrar su amor a la patria.
«Cuando uno se sitúa así en posiciones extremistas y maximalistas, cualquier oferta de diálogo se considera alta traición»
Sacar las banderas a las calles da votos, y por eso lo hacen. Los unos, confiando en que la mayoría de los ciudadanos tenga mala memoria y no recuerde que Aznar, cuando era presidente, negoció con ETA, a la que llamó Movimiento de Liberación Nacional Vasco, y dijo hablar catalán en la intimidad. Los otros, confiando a su vez en que los ciudadanos se traguen eso de que la democracia consiste tan solo en votar y no en el respeto a las leyes y al estado de derecho. Tanto unos como otros creen que cuanto peor vaya todo, mejor para ellos. Y por eso no tienen ningún problema en ir de la mano de los más radicales, los más extremistas, los más ultras.
Cuando uno se sitúa así en posiciones extremistas y maximalistas, cualquier oferta de diálogo se considera alta traición. Y cuando uno solo concibe la negociación como una manera de que el otro lado ceda totalmente ante sus postulados, cualquier reticencia y apelación al estado de derecho se considera represión dictatorial y antidemocrática.
Ante el electoralismo, poco importa que casi todo el mundo sepa que los conflictos y los desacuerdos solo se resuelven por la vía del diálogo. Lo que importa son los votos. Sin el más mínimo reparo, hacen bueno aquello que dijo Maquiavelo de que el fin justifica los medios. ¿Todo por la patria? Todo por los votos.