Después de un julio de récord de temperaturas -el mes de julio fue el más el caluroso del planeta desde que se tienen registros, agosto no le fue a la zaga también con registros de temperatura nunca vistos. La península Ibérica ha estado más de la mitad de los días del mes pasado bajo los efectos de las olas de calor.
Las olas de calor que cada vez son más frecuentes, intensas y extensas, y el impacto que están dejando en la salud de las personas, física y también mental, plantea un nuevo reto: que su aumento, ya irreversible, no se traduzca también en un incremento de la mortalidad. Sin llegar a la mortalidad tan elevada del verano de 2022, el calor extremo de este nuevo estío anómalo ha causado más de 1.800 defunciones a nivel estatal, según datos del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.
Con medias de 1,5ºC por encima de los valores preindustriales, las altas temperaturas de este verano y las sucesivas olas de calor, deben de ser una importante llamada de atención sobre la urgencia de la puesta en marcha de medidas de adaptación que minimicen los impactos que tienen sobre la salud, señalan los expertos en salud.
Pero de las olas de calor, hemos pasado el segundo fin de semana de septiembre, a la DANA. En cuanto a la DANA -acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos-, fenómeno conocido habitualmente como gota fría, en Navarra se superaron valores históricos, y concretamente en Pamplona, fue récord: 145 litros acumulados en 24 horas, una cifra solo superada en 1975, aunque en esta ocasión los nueve ríos navarros han permanecido en sus cauces por milímetros, y como positivo también es que no haya habido muertos, como ha ocurrido en otras comunidades autónomas.
Pero, ¿qué papel juega en la DANA el cambio climático? Aunque cualquier evento individual no puede atribuirse directamente a los efectos del cambio climático, lo cierto es que, acorde a las previsiones de la comunidad científica, este tipo de eventos serán cada vez más habituales y de consecuencias severas. Los estudios de atribución y todos los indicadores que hay de proyecciones de cambio climático indican que el tiempo meteorológico se va a volver más extremo, haciendo que este tipo fenómenos se den con mayor frecuencia y con más intensificación. Los tres indicadores de una DANA que son la duración, la frecuencia y la intensidad, están aumentando y en ese sentido nos podemos encontrar diversos escenarios, entre los cuales está el hecho de que las lluvias que provocan no son nada buenas para el campo, ya que traen consigo efectos más catastróficos, al igual que en las áreas urbanas, que destrozan todo lo que pueden. La conclusión es que llueve cada vez más poco y mal, y si no hacemos los deberes vamos a ir transitando por los escenarios más incómodos.
Ante estas previsiones de olas de calor, de sequías, de menos precipitaciones pero las que haya con más torrencialidad, la acción pasa por mitigar los efectos del calentamiento global, reduciendo las emisiones, y el abandono de los combustibles fósiles. Por otro lado, hay que ayudar a la naturaleza a amortiguar las olas de calor con la renaturalización y no cortando árboles como se está haciendo en algunas ciudades y municipios, pues los árboles, además de reducir la contaminación atmosférica, proyectan sombras, y, un microclima más fresco gracias a la evapotranspiración. A su vez, las lluvias fuertes de esos días también son aliadas a la hora de reducir las temperaturas y para aprovechar el efecto pluvial, ya que mejoran también las infraestructuras de captación de agua que puede tener distintos usos.
El problema en general es que el diseño urbano de muchas ciudades y pueblos no está preparado para hacer frente a este tipo de eventos. Con la crisis climática, es absolutamente imprescindible.
Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente