Un año más, las “partes” acuden a su cita con la mochila repleta de buenas intenciones, promesas grandilocuentes y proyectos salvíficos. Este será un «encuentro histórico», qué duda cabe ―al menos tanto como los 26 anteriores. Aun esperando una ambición climática tan tibia como en ediciones pretéritas, cabe destacar, de esta COP27, un par de características singulares. En primer lugar, su ubicación. Sharm el-Sheij, en la costa del mar Rojo, es una “ciudad balneario” egipcia que, sin duda, ofrecerá a los delegados internacionales abundantes espacios de asueto entre sus playas de arena protegidas y sus animados paseos costeros.
Si ampliamos el foco, Egipto destaca, según Amnistía Internacional, por su “terrible historial de represión de las organizaciones de la sociedad civil y de castigo al activismo de derechos humanos y al periodismo independiente”. Su ministro de asuntos exteriores, Sameh Shoukry, anunciaba recientemente que se destinarán “unas instalaciones adyacentes al centro de conferencias” para que los activistas expresen sus opiniones y manifiesten sus protestas. No hace falta mucha perspicacia para ver en esas declaraciones un tosco intento de lavar la imagen de autoritarismo y censura que constituye la norma en este país mediterráneo. ¿Activistas, protestas, libre opinión y sociedad civil? Por supuesto, estamos en el siglo XXI. Pero bien acotados y dentro del redil. Y cuidado con decir alguna verdad que incomode al régimen. ¿Cuál sería el resultado? El caso de Alaa Abd El-Fattah es ilustrativo: el pasado 12 de septiembre, The Guardian informaba de sus palabras de alerta a su familia; tras seis meses de huelga de hambre, podría morir en prisión. Activista político y figura destacada en las manifestaciones de la “Primavera árabe”, ha cumplido condena de cinco años por participar en una protesta pacífica en 2013 y está de nuevo encerrado bajo la acusación de difundir noticias falsas. Alaa Abd El-Fattah forma parte de la larguísima lista de manifestantes, figuras políticas, periodistas y abogados y abogadas de derechos humanos detenidos y sometidos al trato brutal de las autoridades egipcias bajo el mandato de Abdel Fatah al Sisi. La comunidad internacional no parece interesada en las numerosas violaciones de derechos humanos de este régimen, ni siquiera cuando la víctima es de “los nuestros”: en 2016 el cuerpo del académico italiano Giulio Regeni aparecía mutilado a las afueras de El Cairo. Como socio estable para la élite euroamericana, la vigilancia de los derechos humanos pasa en Egipto a un segundo plano.
La otra característica singular tiene que ver con el patrocinio: Coca-Cola destaca como el gran gigante corporativo detrás de este evento. La cumbre sobre el cambio climático de Naciones Unidas es patrocinada por ―según el informe Break Free From Plastic― el mayor productor de plástico (junto a PepsiCo) del mundo ―Tearfund estima que la compañía produce 108.000 millones de botellas de plástico cada año― y uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero ―la propia producción del plástico tiene una importantísima huella de carbono, a lo que se suma el resto de su actividad industrial y logística. La presencia de las grandes empresas en las cumbres climáticas ha sido una constante, con el lobby del gas y el petróleo jugando un papel protagonista ―en la pasada cita en Glasgow, este sector hubiera sido la mayor delegación si fuera un país. No obstante, la presencia de Coca Cola como actor principal en la COP27 constituye una sonora bofetada en la conciencia de todo aquel que sienta un mínimo de apego por la salud de su entorno ―y por su propia integridad.
Así las cosas, este noviembre que nos recibe con casi 1,2 ⁰C de aumento de temperatura media global con respecto a los niveles preindustriales ―y situaciones como el estrés hídrico, temperaturas anómalas, derretimiento de hielos permanentes, cosechas malas y escasas, y todo tipo de fenómenos metereológicos extremos― y con ese “objetivo” de 1,5 ⁰C que ya nadie da por alcanzable, nos regalará una cumbre plagada de marketing verde y brindis al sol, en un mayúsculo ejercicio de imprudencia, soberbia e indiferencia a la realidad de la emergencia climática, medioambiental y energética (emergencia incluso formulada, en una muestra de cinismo insoportable, por las mismas élites que dicen representarnos).
Este mes acogerá, también, el más bochornoso de los eventos deportivos que se recuerdan. Interrumpiendo las competiciones nacionales (algo que solo había ocurrido durante las guerras mundiales y la pandemia de la Covid), el mundial de fútbol de Catar comenzará su andadura con el beneplácito de organismos internacionales, gobiernos y medios de comunicación, sin importar los abusos labores a trabajadores migrantes, las restricciones a la libertad de expresión y la discriminación que sufren mujeres y miembros de colectivos LGTBI. En lo que toca al uso del agua, se utilizarán al menos 10.000 litros cada día para cada uno de sus estadios.
Mientras, nuestro gobierno nos entretiene con la fantasía del hidrógeno verde, una tecnología aún por desarrollar y con múltiples obstáculos para su implementación (ni el hidrógeno es una fuente de energía, sino solo un vector que necesita de un proceso energético anterior, ni es “verde”, ya que la inmensa mayoría del hidrógeno actual es generado a partir de gas o derivados del petróleo).
Una vez más, salimos a la calle y aunamos esfuerzos para afrontar esta emergencia con la seriedad, la madurez y la justicia que merece. La Cumbre Alternativa por el Clima hará de Iruña un espacio libre, creativo y de honesta acción climática.
Nacho Casado
Miembro de Extinction Rebellion Iruña