Lo esencial en la vida es no permanecer parados sino ir en alguna dirección, estar siempre yendo en pos de metas concretas, teniendo especial importancia que nunca nos falte una. Y es que nuestro vivir se organiza perfectamente solo si tenemos un objetivo, pues elegimos por propia decisión los medios idóneos y excluimos los demás. Somos conscientes de que nuestra vida cobra sentido porque caminamos hacia lo que nos hemos propuesto, sintiéndonos por ello los verdaderos dueños de nuestros actos.
Las metas pueden ser muy distintas, como es querer comprar una vivienda, por ejemplo, lo que nos hará suprimir ciertos gastos para afrontar mejor el coste de ese piso. O preparar un examen para obtener un puesto de trabajo, lo cual se traducirá en aprovechar todos los ratos que podamos para realizar los estudios necesarios. También el hecho de enamorarse supone un objetivo fascinante, que introduce notables cambios en casi todas nuestras costumbres. En todos los casos nos experimentamos libres porque decidimos en función de nuestro criterio y por nuestra propia voluntad.
Conseguir los fines que acabo de citar nos produce una gran satisfacción, pero también tiene la contrapartida de caer en un estado de total pasividad, y nos digamos: “Ya tengo lo que ansiaba. Ahora a disfrutarlo”, y nos olvidemos de plantearnos nuevas metas o renunciemos a ello. Se trata sin duda de una mentalidad burguesa, incapaz de ver más allá de su propio bienestar, como si el bienestar fuese lo único importante.
«Hemos de tener muy en cuenta que además de las cosas
y los bienes están los valores»
Pero es que hay metas de otra índole; además de requerir que se satisfagan las necesidades básicas de tipo económico y afectivo, la vida tiene una irrenunciable dimensión ética que nos encauza hacia los valores y que, por tanto, son estos los que deben orientar nuestros actos, pues de ellos depende que podamos perfeccionarnos, no solo como profesionales, sino sobre todo como personas.
Hemos de tener pues en cuenta que además de las cosas y los bienes están los valores, y es fundamental que estemos yendo siempre hacia ellos, incluso a costa de hacer importantes renuncias, siendo esa la única forma de que nuestra vida cobre sentido, porque el sentido es organización, esfuerzo, y no es permanecer inamovibles. Lo malo es que caigamos en la satisfacción autocomplaciente que inmoviliza, porque si no nos marcamos objetivos, aunque nos parezca que nos damos la gran vida en realidad nos estaremos desviviendo, y otros aprovecharán para llevarnos a cualquier parte.