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Los otros

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De siempre tenemos la cuestión de los otros, de aceptarlos o no. Son los otros los que nos acompañan o nos acosan, aunque a veces sea más exacto decir que somos nosotros los que nos sentimos acosados, pese a que ellos no hagan tal cosa. Sea como sea, nuestra vida está ligada a los demás, incluso cuando no los aceptamos, porque también entonces los tenemos presentes y experimentamos de algún modo su forma de ser. La vista nos traslada, a través de su actitud y gestos, sus vivencias. Sus palabras nos llegan con una determinada intensidad y ritmo, con un tono afectivo determinado, siempre cargadas de su especial sentir. Por medio de todo esto palpamos el sabor que para ellos tiene la vida, y eso puede que nos alegre y satisfaga, o que nos moleste.

Vivimos nuestra vida siempre transida-aunque no plenamente-por las manifiestas vivencias de los demás, y no es que las manifiesten voluntariamente, porque puede que así no lo hagan, pero lo cierto es que el cuerpo es una caja de resonancia que no miente, y traslada a quienes le observan la afectividad de su interior.

Vivir implica sentirse contagiado por las cosas y por las personas cercanas a través de los sentidos

Vivir implica sentirse contagiado por cosas y personas cercanas a través de los sentidos, y no digamos todavía en el caso de las aglomeraciones, en las que, además de la vista y el oído, tenemos el tacto corporal de quienes nos rodean. Situémonos en los espectáculos masivos, en las fiestas, en la bulla callejera que junta a personas de índole muy distinta. Pensemos también en un baile de pareja, donde los cuerpos se entrelazan casi íntimamente. En ambas situaciones-la fiesta y el baile- los otros se nos manifiestan casi en plenitud, y en ambos casos disfrutamos, porque la sensibilidad que nos constituye funciona sin reservas, envía nuestras vivencias y recibimos las ajenas, compartimos y somos compartidos, vivimos y somos vividos, ¿qué más se puede pedir?

En esto casos desaparece el problema de los otros, porque ya no molestan sino todo lo contrario. Y experimentamos que nuestra vida se colma, que nuestros sentidos cumplen su misión plenamente, por lo que nos sentimos satisfechos, felices.

Así que ahora que los otros no nos están presentes, o si lo están es con cuentagotas, notamos que nos falta algo esencial. Porque somos un expresar y recibir expresiones, un vivir y ser vividos, y eso únicamente lo podemos hacer en presencia de los otros, de esos otros de los que algunos nos fastidian pero de los que otros muchos nos dan, con su vivir, el nuestro. Y eso es la que nos falta.

Alfonso Verdoy