Es indudable que todo en la vida está en continuo cambio. Se suele pensar que esto se debe a que algunas personas, no queda muy claro cuáles, imponen unas ideas y unas costumbres, y a los demás no nos queda otra que seguirlas. No hay duda de que en algunos o en muchos casos es así, pero estos no son verdaderos cambios porque no nos salen de los adentros, los sentimos como aprendidos por la publicidad o impuestos por algunas instituciones, y los ejercemos por inercia, aunque a algunos los seguimos tan constantemente que nos hacemos adictos a ellos.
Pero todos estos cambios que nos vienen de afuera no son auténticos. El cambio verdadero es aquel que hacemos por nuestra propia iniciativa, ése es el que hacemos a gusto, el que modula nuestra personalidad y en el que se implica todo nuestro ser, mientras que los anteriores apenas tocaban nuestra superficie; haciéndolos se puede afirmar que no vivimos por nosotros mismos ni asentados en nuestra verdadera identidad, a no ser que coincidamos con lo que los otros nos proponen
Y no es que en primer lugar cambien las cosas y a nosotros no nos quede más remedio que acomodarnos a ellas, sino que somos nosotros los que cambiamos y en función de ello percibimos la realidad de otra manera y la afrontamos de forma distinta, con lo cual no solo hacemos cambiar la realidad sino también nosotros mismos.
“La privación de algo nos provoca el deseo de superarla y nos conduce a nuestra realización”
¿Cuál es el motivo de este cambio tan personal?, pues descubrir en nosotros nuevas posibilidades, nuevas capacidades que ignorábamos, nuevas formas de vida que irían más al unísono con nuestro sentir. Hemos descubierto en nosotros algo que nos falta y que nos gustaría integrar en nuestro vivir; nos hacemos conscientes de que estamos privados de ese algo, es decir, que tenemos una privación vital, que estamos encerrados en un límite, pero tenemos siempre la posibilidad de superarlo. Se podría decir que gracias a que nos sentimos privados de lo que sea podemos perfeccionarnos.
Nuestro vivir es posesión pero también privación, siendo esta última nota la que nos provoca el deseo natural de superarla, el motor que conduce a nuestra realización. Siempre que sigamos el deseo que la privación implica nos estaremos realizando y perfeccionando como personas. Así que tenemos que dejarnos guiar por lo que nuestra particular privación nos sugiere, por ese deseo innato de salir de ella, y tratar de alcanzar lo que nos señala; es la única forma de proteger lo que realmente somos.
Alfonso Verdoy