Un lobby (el anglicismo se ha impuesto y es difícil encontrar su equivalente castellano) “es un grupo de presión con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la Administración Pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad”. Dicho en “román paladino” para que se entienda, un lobby es una especie de mafia con apariencias legales que pervierte la democracia para su provecho.
La palabra lobby, en su primera acepción significa “vestíbulo”. Fue en el siglo XVIII cuando los miembros del Parlamento Británico bautizaron así a esta forma de hacer política. Al no haber en aquellos tiempos la inmediatez actual de INTERNET, los diputados eran «asaltados» en el mismo vestíbulo de entrada del hemiciclo justo antes de que empezaran los debates, por grupos interesados que buscaban influir en las decisiones de dichos diputados. Por eso, hoy en día, hacer «lobbing» o «política de vestíbulo» significa hacer presión política para conseguir intereses particulares. Esta inmediatez no daba lugar a razonamientos, pero sí a convincentes y abultados sobres cuyo contenido era fácil de adivinar. Dicho de otra manera, como la democracia pura defendía al pueblo y no a los poderosos, éstos compraban a los representantes democráticos para que aprobasen leyes que les beneficiasen. El grosor del sobre en cuestión era (y sigue siendo) directamente proporcional a la capacidad de convencimiento.
Los lobbies suelen estar agrupados por especialidades: inmobiliarias, alimentación bancos, energía, sanidad, comunicación, etc. Aunque casi todos los lobbies confluyen en un capital común que es el que en realidad gobierna el mundo, ya que son los emisores de las deudas públicas de casi todos los países. Es por lo que los lobbies ponen y quita gobiernos a su antojo, procurando, eso sí, tener una cierta apariencia democrática. Cuando la cosa se pone mal, ni siquiera se cuida dicha apariencia, recurriéndose a prácticas mafiosas. Uno de los ejemplos que citan los politólogos de cómo actúan los lobbies es el “grotesco” caso conocido como “tamayazo”.
Otro ejemplo: hasta hace bien poco se decía que el gran problema de la sociedad iba a ser la producción energética, ya que se preveía un crecimiento de los países del tercer mundo y no se podía producir energía para tanta gente. Todo se fiaba a las energías fósiles, cuyos recursos tenían fecha de caducidad. El notorio progreso de investigación de las energías renovables supuso acabar con el problema. Pero, contrariamente a lo que se podía pensar, en España se las está penalizando (e incluso prohibiendo) porque son baratas y al alcance de cualquiera. Y claro, eso no lo pueden permitir los lobbies energéticos, que ya se encargan de que las leyes democráticas les favorezcan.
Por no hablar de los lobbies de la comunicación, que se dedican a comprar las editoriales y las noticias a los medios, para que los votantes nos creamos lo que dicen y actuemos de una manera borreguil. Es lo que nos queda: decir ¡beeeee!, a ser posible con una sonrisa.