Inicio Colaboradores Alfonso Verdoy Lo peor y lo mejor, por Alfonso Verdoy

Lo peor y lo mejor, por Alfonso Verdoy

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La vida humana consiste- además de en desarrollarse, reproducirse y metabolizar los alimentos procedentes del exterior– en tener conciencia de sí misma y del mundo que le rodea. Todos esos conocimientos están teñidos por una cualidad afectiva más o menos intensa; por ejemplo, no solo siento frío sino que además me molesta, no solo tengo cansancio sino que me desagrada, no solo veo el amanecer sino que me parece maravilloso, y no solo huelo un asado sino que ese olor me resulta placentero. Así que cada conocimiento nos produce un afecto determinado, los hay que nos sacan de nuestras casillas- en sentido positivo o negativo- mientras que otros no resuenan con tanta fuerza.

Podemos estar inclinados a creer que ese afecto es totalmente objetivo, y que cualquiera que conozca lo mismo tendrá también idénticos sentimientos. Sin embargo en este aspecto nos pasamos de la raya; un montañero no ya profesional, sino de esos aficionados que suelen salir los domingos, sentirá el frío como agradable para su afición, un trabajador de turno de noche verá el amanecer quizá con molestia, deseoso como está de marcharse a dormir, y otro podrá sentir desagradable el aroma del asado, si es vegetariano o es adicto al pescado. Hay por supuesto muchos ejemplos similares.

No son las cosas por sí mismas las que nos molestan o agradan, sino las opiniones que de ellas nos hacemos

Lo que significa que ese afecto que tenemos ante cualquier conocimiento es algo casi siempre subjetivo, y que no son las cosas las que por sí mismas nos molestan o agradan, sino que generalmente son nuestras propias opiniones las que determinan tales afectos. Esta es otra cualidad de la vida humana, la de ver el mundo a través del prisma que nosotros mismos nos fabricamos, a veces sin tener conciencia de ello. Lo que indica que no es el exterior el que manda sobre nosotros sino a la inversa; somos libres ante él, no nos obliga a nada y podemos darle el sentido que queramos. Sin embargo los animales no pueden fabricarse ese prisma porque están totalmente atados a su mundo y no pueden más que aceptar el sentido que les impone.

Nosotros sin embargo podemos opinar porque no tenemos un mundo que nos ate, sino que somos nosotros los que podemos atarlo a nuestro gusto; creemos que tal cosa es lo peor o lo mejor, sin darnos cuenta de que eso lo decidimos libremente nosotros y que podríamos elegir lo contrario si nos diera la gana o nos conviniera. Si lo tuviéramos en cuenta, otro gallo nos cantaría.

Alfonso Verdoy