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Licorice Pizza, por Carlos Muñoz

El salto a la adolescencia y al reencuentro

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Licorice Pizza del director Paul Thomas Anderson (El hilo invisible), está también en la carrera hacia los Oscar de este año, aunque tendrá dura competencia con: El poder del perro, Belfast y Drive my car, como la posible sorpresa. El director californiano recuerda los años vividos en el Valle de San Fernando, en la California de los 70. Aquí, narra cómo un joven de 15 años, encandila a una joven de 25, al mismo tiempo que nos muestra la transformación sufrida en la ciudad de Los Ángeles. El film lo protagonizan: Alana Haim, Cooper Hoffman, Bradley Cooper, Sean Penn.

Alana Kane (Alana Haim), una joven de 25 años, sobrevive ayudando a un fotógrafo con los anuarios de los jóvenes del Instituto. Por allí, aparece Gary Valentine (Cooper Hoffman, hijo del desaparecido Phillip Seymour Hoffman), a punto de cumplir los 16, un joven simpático, emprendedor que nada más ver a Alana se enamora de ella, y le pide salir. Ella le ve como un crio atrevido, pero no desea tener una relación.

Alana, Gary junto a sus colegas, trabajan juntos en los proyectos que él crea: camas hinchables, publicidad, máquinas de pinball; todos se divierten, sufren ante el cierre de sus negocios, se reinventan. Ante la negativa de Alana de salir con Gary, él tontea con otra amiga. Ante esto, la joven, coqueteará primero con una antigua estrella del cine (Sean Penn), y luego con un candidato a la alcaldía (Bennie Safdie). Sin embargo, el destino jugará un papel caprichoso…

El director de Pozos de Ambición presenta la curiosa relación de estos dos jóvenes, al mismo tiempo que retrata el alma de una ciudad que se va transformando no sólo por la industria del cine (actores venidos a menos, como el personaje de Sean Penn, directores que se refugian en los garitos de moda, Tom Waits..), sino también porque en sus costuras, refleja los cambios debido a la crisis económica, energética, a la era post- Vietnam.

Licorice Pizza (el título refiere a una cadena de discos de la época,) fluye con energía desbordante, como la que desprenden estos dos jóvenes enamorados, apoyada por la banda sonora de Johnny Greenwood, por el poder evocador de las imágenes, y por sus intérpretes. Sobran escenas pegotes y sin gracia (como la del amigo y sus esposas japonesas o el personaje de Bradley Cooper), pero, en definitiva, el film destila un aire imaginativo, libre, sin complejos.

La cantante y actriz, Alana Haim junto a Cooper Hoffman firman unas actuaciones excelentes, apuntando el segundo, el gen interpretativo heredado de su padre, Phillip Seymour Hoffman. Ambos evocan a través de su atípica historia de amor, el mundo de emociones que salpican la adolescencia, el gusto por la vida sin complicaciones.