Monumento al Hortelano
Escultura al hortelano, donde Antonio Loperena reflejó a Bernabé Marín, padre del torero Julián Marín que le encargó la obra

Tudela es sorprendente, única…y si no díganme ustedes otra ciudad donde los monumentos se muevan cada cierto tiempo, donde cuando nadie las ve, las estatuas poco a poco, bajan de sus pedestales y como si nada, se plantan en otro lugar de la ciudad. Creo que esta afición por cambiar de sitio está en el corazón de todas las piedras esculpidas de Tudela pero son las que el insigne escultor Loperena dio vida las más animadas en esta diversión.

Ahora le ha tocado el turno al monumento al Hortelano, obra que encargó el torero Julián Marín a Loperena hace varias décadas, para homenajear a los hortelanos con esta bella estatua, a la que el genial artista puso el rostro de Bernabé, padre del matador. Pues bien, de repente, sin avisar, se ha despedido de la puerta de la Mejana y de la Santa Ana que la preside para ubicarse en el cogollo de Tudela, con su rostro curtido por el cierzo señalando el camino a la Mejana o Traslapuente que cientos de hortelanos hacían antaño. No me atrevo a decir si esta decisión de la figura, es acertada o no puesto que si bien en la nueva ubicación es más visible, nunca había dado muestras de estar mal en el lugar donde los mandatarios del año 2000 la ubicaron, cerca de la Mejana, el lugar más emblemático para los hortelanos tudelanos y una forma de homenajearlos.

Pero no es la única que ha tomado vida y ha decidido moverse, el monumento a la Jota, ubicado en la entrada a la Azucarera un día desapareció y aunque roto y desmembrado apareció en la calle de la Jota, supongo que Raimundo Lanas pensó que con la visión del Moncayo las jotas sonarían mucho más arraigadas, aunque no hay que descartar que pasado un tiempo sienta que debe plantarse en lugar más céntrico y como el hortelano eche a andar al meollo de Tudela, para juntarse con todos los demás monumentos.

Unos años antes el propio Rey Sancho el Fuerte, cansado de los ruidos de los trenes que pasaban a su espalda, quizá pensando en que eran hordas de jinetes árabes que buscaban venganza por la derrota en las Navas de Tolosa, huyó del lugar para encaramarse en lo alto de la plaza que lleva su nombre, algo más tranquila y sosegada.
Y hace aún más años el busto de Iribarren, el genial escritor, cambió de ubicación y bajó del pedestal en el que le habían puesto, al final de Herrerías, para buscar un rincón en la calle Yanguas, rincón más sombrío y menos soleado ya que las insolaciones no son buenas para mentes tan lucidas.

También el busto de Carlos III, rey dialogante y amigo de la cultura, dio un salto en la mismísima Plaza Vieja y harto de ver frente a él, que el Ayuntamiento pocas veces cumplía las expectativas de los ciudadanos, decidió ponerse unos metros más atrás para no verlo, plantándose junto a la gran Cruz de ladrillo de la Catedral.

Incluso recientemente el busto del Padre Lasa se desplazó unos metros en la Plaza que lleva su nombre para ubicarse en una zona de más trasiego y así, amable y gentil como era, poder saludar a viandantes y vehículos que pasasen a su lado.

Y es que en Tudela, por poca piedra o mármol que tenga el monumento, la estatua o la fuente tienen afán por moverse de su lugar de origen. Y algunas se esconden, se ubican en lugares tan discretos y apartados, que no se las vuelve a ver. Esto pasó con la bonita fuente del pez que se ubicaba en la plaza de San Jaime, un día el pescado dijo que estaba harto de tanto niño y bullicio y huyó al Ebro, al Queiles o dicen las malas lenguas de Tudela que a algún huerto o finca cercana al agua y no se la ha vuelto a ver.

Julián Marín