Salió a relucir en una de estas últimas reuniones familiares. El abuelo, no sin una previa crítica por parte de algunos ” milenials” que se hallaban sentados a la mesa , que trataban como una “abuelada”, lo describió tan claramente que quienes más atención prestaron y quedaron atónitos fueron precisamente aquellos.
Para muchas familias rurales, era esencial para su subsistencia. La carne y los embutidos producidos durante la matanza proporcionaban alimento durante todo el año.
Era mucho más que un simple acto de sacrificio animal; era una tradición profundamente arraigada en la cultura rural, una celebración comunitaria y una necesidad económica para muchas familias, también era una excusa perfecta para reunir al vecindario, compartir chascarrillos y disfrutar de la buena compañía, con un toque de humor.
El proceso de la matanza comenzaba con la preparación del animal, que había sido cuidadosamente alimentado durante meses. El sacrificio se realizaba de manera rápida y eficiente por el conocido como “ matachín o matarife” y cada parte del cerdo era aprovechada.
A pesar de la dureza del trabajo, la matanza del cerdo tenía un carácter festivo. Era una ocasión para celebrar, comer y beber en compañía de seres queridos. El vino, el aguardiente y las perrunillas no faltaban en estas reuniones. Si había algo que unificaba más que la sangre del cerdo, eran las historias exageradas de las cacerías del abuelo y las interminables partidas de cartas que se jugaban mientras se embutían los chorizos.
Hoy en día, la matanza del cerdo ha perdido gran parte de su relevancia práctica debido a los cambios en la sociedad y la economía. Sin embargo, sigue siendo recordada con nostalgia por aquellos que vivieron esos tiempos. La matanza del cerdo en los años 1960 en España no solo era una tradición gastronómica, sino también el reflejo de una forma de vida que valoraba la comunidad, el trabajo duro y el aprovechamiento total de los recursos.
La matanza del cerdo ha evolucionado con los tiempos, adaptándose a nuevas realidades y desafíos. Pero lo esencial, ese sentido de comunidad y tradición, aún perdura en la memoria y el corazón de quienes vivieron aquellos días. Navarra sigue siendo un lugar donde las historias de ayer se mezclan con las de hoy, y donde cada generación encuentra su propia manera de mantener vivas las tradiciones.
Hoy, la matanza del cerdo ha cambiado drásticamente. La globalización, la modernización y las regulaciones sanitarias han transformado la forma en que se lleva a cabo este evento. En lugar de ser una actividad comunitaria, ahora se realiza en mataderos profesionales bajo estrictas normas de higiene y bienestar animal. La tecnología ha reemplazado gran parte del trabajo manual, y la eficiencia es la norma.
La nostalgia de aquellos días sigue viva, y en cada bocado de chorizo o morcilla, se siente el eco de las risas y el esfuerzo de nuestros antepasados con la matanza del cerdo.
PEDRO J SOTO SANTOS