La ciencia es por supuesto necesaria y beneficiosa, pero valorarla por encima de todo lo que conocemos sin servirnos de ella es completamente exagerado, y entonces se convierte en ciencismo, que se caracteriza por darnos una visión negativa de la realidad, por su pretensión de que todo lo que no sea susceptible de ser verificado por el método hipotético deductivo- tal es el método científico- es desechable.
Según esto, tanto la filosofía, como el arte y la religión perderían todo su valor, pero lo cierto es que no podemos dudar de que los grandes artistas y filósofos han expresado verdades como puños. Son verdades por sí mismas, y ante ellas el método científico no tiene nada que hacer, porque no se puede aplicar en ese terreno. La religión incluso, con los grandes pensamientos de Cristo, Buda, Confucio, y Mahoma entre otros, que han iluminado la vida de millones de personas, no podemos desecharla así como así. En estos casos no se puede buscar demostraciones, porque esas verdades son de otro nivel distinto al de la ciencia, sin dejar por ello de ser verdades. La auténtica ciencia las reconoce como tal, y pueden convivir con lo que ella va descubriendo.
La realidad se nos presenta siempre con un toque afectivo y sentimental que la ciencia suele olvidar
Pero pese a ello, la ciencia suele quedarse muchas veces a medio camino, asegura que nos descubre la realidad, pero eso no es así del todo. Trata de ser objetiva por completo, mostrar los objetos que estudia con todo detalle, para que nos podamos hacer cargo de ellos y utilizarlos en nuestro beneficio. Y eso está bien pero no es suficiente, porque los científicos nos presentan una realidad totalmente fría y esquematizada, como si fuese totalmente neutra. ¿Es esto los correcto? Solo a medias, porque la realidad se nos presenta siempre con un toque afectivo, con una dimensión sentimental que la ciencia suele olvidar. Todo lo que percibimos nos crea un afecto más o menos intenso, aunque la mayor parte de las veces esta afectividad tenga solo un valor medio que puede pasarnos desapercibido.
En el día a día, lo que vivimos nos agrada: el sofá, la cama, la tele, el coche, etc., y cuando dejan de gustarnos lo cambiamos. Lo mismo nos pasa en la vida, que cuando algo deja de gustarnos queremos sustituirlo por otro, aunque no siempre lo podamos conseguir. Y es que la realidad no se nos presenta únicamente con fría objetividad, sino produciéndonos una sensación de agrado o desagrado, no es nunca neutra sino siempre más o menos valiosa, y esto es lo que la ciencia no suele tener en cuenta.
Alfonso Verdoy