Decía Alexander Kojève que el futuro que nos esperaba era ese que siempre habíamos anhelado, un lugar donde todo el mundo puede ser tan vulgar y perezoso como siempre quiso. Eso no quiere decir que el espíritu objetivo no siga operando y la sociedad siga progresando, pero se acabó la violencia basada en los milenarismos religiosos e ideológicos.
Uno cree de todas formas que la vulgaridad y la pereza intelectual sí que pueden operar como un nuevo foco de problemas y hoy me propongo poner un poco de claridad en un problema que ha tomado una dirección equivocada por algunos personas asintomáticos, parece ser, en inteligencia.
Como bien adelanté en otro artículo en esta casa, no hace mucho hablaba sobre el comienzo de la pandemia y algunas de sus consecuencias. No se trata de que sea un capitán a posteriori, el artículo está ahí, y si soy algo, seré el último socialista ortodoxo en Tudela. Y lo comentaba no porque lo supiera por intuición divina, (No me hablo con el Dios de los Vascos), sino por una simple razón de lógica comparativa; Si en Italia estaba pasando, nosotros lo íbamos a pasar. Yo ahí denunciaba que el triaje, el abandono medico de los mayores a la morfina y el desbordamiento en personal y medios a los Hospitales y funerarias iban a dar como resultado que no se les derivara al hospital y no se les recogiera una vez muertos con premura de las residencias, hacia los cementerios. Sonaba a muchos entonces a ciencia ficción en la tercera fase.
En estos días ya ha vuelto con crudeza la batalla ideológica y el sectarismo de las culpas, y también en esa línea cínica para algunos la pregunta importante e inmediata es; ¿una gestión pública de las residencias hubiera respondido mejor con nuestros mayores? La respuesta no es sencilla, basta con observar lo siguiente: Si en la crisis del 2008 sólo se requirió dinero para salvar de la quiebra a las Cajas de Ahorros, con participación publica en su gestión, y no hizo falta poner dinero público para salvar a los bancos privados como el Santander o el BBVA, eso significa; ¿qué si toda la gestión bancaria estuviera en manos del sector privado, nos hubiéramos ahorrado una burbuja inmobiliaria? Lo dudo.
En realidad llegado un cierto punto en los problemas sociales todas las soluciones son malas. Solemos describir estas situaciones como el punto de no retorno y usamos una metáfora para ello; la del iceberg del RMS Titanic. Viene a decir que el barco no se hundió cuando toco fondo en el atlántico, sino que estaba “hundido” muchas horas antes de chocar realmente contra el Iceberg, “cambiar una tumbona de sitio en la cubierta del Titanic no te salva del iceberg”. Con la pandemia ocurrió lo mismo, en el peor momento y con el peor capitán, preocupado con su agenda de contienda cultural, fue evitando los avisos hasta después del 8M; teníamos la mejor sanidad del mundo y una nueva ley de libertad sexual a la que había que sacar provecho propagandístico.
Todo ello son síntomas de una enfermedad comúnmente llamada ceguera identitaria que solo permite atender los asuntos de unos pocos sin ver los problemas principales del común. Muy parecida a la ceguera ideológica (tal como la describe Albert Camus) que solo ve los problemas en la alcaldesa de Madrid, Ayuso y no los ve, por ejemplo, con el Presidente de Navarra, Maria Chivite, a la que le ha ocurrido lo mismo.
En realidad llegado un momento, que se cifra sobre el 25 de febrero todo lo que se hiciera a partir de entonces, a principios de marzo ya era muy tarde, pero no fue hasta mediados de Marzo no te iba a librar del colapso en los sistemas de asistencia sanitaria fueran públicos o privados o cuando el Estado tomo la primera medida efectiva y única posible entonces, decretar el aislamiento. La influencia de estas medidas gubernamentales, su premura o tardanza, está por encima del tipo de gestión pública o privada que tuvieran entonces las residencias, está incluso por encima de sus posibilidades económicas como muy bien comento la presidenta de las residencias cuando se le confisco material que habían comprado para protección por el Ministerio de Sanidad.
Algunos piensan que la diferencia entre la gestión pública y privada, siendo la publica una labor encomiable y la privada un caso de neoliberalismo atroz preocupada tan sólo del lucro es razón harto poderosa para explicar las defunciones en las residencias. Yo creo que semejante maniqueísmo está al alcance de estas gentes asintomáticas a la inteligencia y más preocupadas por el sectarismo político que de la realidad que observamos.
Yo pienso que la pandemia ha puesto luz y taquígrafos a una muerte anunciada, la del Estado frente a las Autonomías, sobre todo las nacionalistas. Y de todas estas, frente al ciudadano. Una especie de lucro cesante que el Estado y los ciudadanos en plural ha mantenido con las Autonomías y sus ciudadanos en singular. (Un lucro, este sí, neoliberal en su definición más popular; el que se preocupa sólo de lo suyo)
Pero no sólo, hay que observar sus resultados, y advertir la falsa e hipócrita superioridad moral en cuanto a comparase con el vecino autonómico en la gestión de la pandemia, todos lo han hecho mejor que el resto dicen, en realidad todos lo hemos hecho mal, pero al que nada tiene esto es lo que le consuela. Nadie de estos que ahora salen a diferenciar entre lo público y lo privado decían nada mientras se estaba bajo el mandato del Gobierno y bajo el articulo ciento dieciséis, dos, de la Constitución que declarara las condiciones del estado de alarma, y del orden de responsabilidades en la gestión.
Volviendo a Hegel; es la totalidad de todos los aspectos de la realidad y de sus relaciones recíprocas, de lo que está compuesta la verdad. Y la verdad en nuestro caso está más allá de la gestión de tal o cual administración y de aspectos tan secundarios como lo público y lo privado. Dentro de poco tendremos otro asunto encima de la mesa, serán las Pensiones. Y adelanto una predicción; ya estamos en el punto de no retorno. Y ya veréis como aquí también algunos hablaran de lo público y lo privado en los mismos términos maniqueos y sectarios con lo que hoy sigue la lucha ideológica y también seremos testigos de frases como la del Capitán del Titanic; “no puedo imaginar ninguna condición que causara el naufragio de un barco. La construcción moderna de buques ha ido más allá de eso”.
Al final. La sensación, la terrible sensación con la que nos quedamos, es que hemos fallado a nuestros mayores.