El verbo contemplar es similar en parte a los de ver y observar, pero también tiene diferencias importantes; ver supone mirar simplemente y ser consciente de algo. Observar sin embargo requiere más atención por nuestra parte, y lo hacemos cuando percibimos algo que nos sorprende, bien porque nos parezca extraño, peligroso o agradable. En esta situación casi desaparece por completo el contexto en el que nos encontramos, pues apenas reparamos en él.
Pero contemplar tiene un grado más, y es algo que no hacemos a menudo; la contemplación, en su grado sumo, es una actitud propia de la mística, pero en su lado más humano es la que nos liga con el mundo del arte. En ambas ocasiones nos desentendemos del ámbito que nos rodea- aunque no tanto en la situación estética- nos olvidamos del tiempo y es como si hubiera dejado de existir. Es algo que nos sucede ante las distintas obras de arte, como también ante los bellos paisajes, el cielo estrellado, el ancho mar, el horizonte lejano, un amanecer o un atardecer.
La contemplación estética no nos induce a poseer el objeto ni a consumirlo, sino a reflexionar sobre él
La contemplación estética no implica el deseo de adueñarnos del objeto contemplado ni de consumirlo, como sucede ante los alimentos y la mayoría de los bienes, sino que induce a reflexionar sobre él; tiene mucho de la filosofía platónica, puesto que nos eleva a regiones insospechadas, descubriéndonos de paso lo mejor de nosotros mismos, pues en esos momentos contactamos con el fondo de nuestro ser. Al mismo tiempo comprendemos mejor al ser humano, capaz de expresar esas visiones tan enriquecedoras del mundo y de la existencia. Por otro lado, la vida nos ata a todo aquello a lo que apuntan nuestras necesidades, pero el arte nos desata de tales inclinaciones, nos basta con situarnos frente al objeto con la única intención de contemplarlo una y mil veces, saboreando un profundo y sereno goce.
Hay quien dice que la contemplación artística es una evasión de los asuntos de la vida, pero realmente supone todo lo contrario, porque esa contemplación, conforme se va decantando en costumbre, tiene un poder constructivo sobre la persona, le hace darse cuenta de quién es realmente y, en consecuencia, estructura de otra manera su propio universo, orientándose en una dirección más personal y auténtica. Así que lo ideal es que dediquemos más tiempo al arte y aumentemos el hábito de contemplar, sin por ello dejar de ver todo lo que nos rodea.
Alfonso Verdoy