La Justicia, así con mayúscula, y por propia definición, debería servir para construir un mundo mejor. Ese ha sido siempre el objetivo de la misma. Al menos, en teoría. La representación de una figura femenina con una venda en los ojos, que sostiene una balanza en una mano y una espada en la otra, significa que la Justicia no debe distinguir entre las personas o grupos sociales, sino que debe aplicar sus sentencias de forma equitativa y con el mismo rasero y rigor.
Pero, por desgracia, en la práctica, diversos Poderes e Instituciones la han comprado y prostituido, quitándole la venda de los ojos, arrebatándole la balanza y dejándole tan solo la espada para ser utilizada al antojo de los compradores.
La Democracia, por propia definición se debe basar en la separación de los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Es un principio que nadie cuestiona, pues es la única manera de que la Democracia representativa perdure en el tiempo. De ahí que todas las Dictaduras se basan en el control de esos tres poderes. Aunque existe un “cuarto poder”, más o menos invisible, que, en realidad, anula o controla a los otros tres: el poder económico.
Por eso, resulta vergonzoso que la Judicatura de no pocos estamentos que, en esencia, debería ser imparcial e independiente, admita, sin pudor alguno, las adjetivaciones de “progresistas” o “conservadores” entre los miembros que la componen. Es algo que se ha aceptado con absoluta normalidad, ya que dichos jueces son nombrados por la clase política a la que sirven. Hasta el punto de que el resultado de la sentencia de cada litigio se sabe de antemano, en función de que la mayoría de dicho estamento sea progresista o conservadora. Incluso conocemos a políticos de distintos signos, que se jactan de controlar a “sus amigos” jueces.
Y en esas estamos. Todo lo que no gusta se judicializa. Y el denunciante recurre al estamento que controla para tener segura la sentencia y, por otro lado, niega la capacidad de decisión al estamento que no controla.
Mientras tanto, los de a pie nos partimos la cara entre nosotros, perpetuando así a los de arriba que, tras sus teatrales intervenciones televisivas o en los diversos hemiciclos, se irán a tomarse juntos un café a nuestra salud. A nuestra, cada vez más debilitada, salud democrática.
Excelente caldo de cultivo, con ingredientes ya conocidos, ideales para conseguir el borrón y cuenta nueva que supone una guerra civil, con la que no pocos nostálgicos sueñan.