A todas las personas nos divierte jugar, aunque no se trate de algo pasivo que suponga un descanso, sino que es una actividad continua, tanto de carácter físico en la mayoría de las ocasiones, como psíquico en otras. Valgan como ejemplo del primer caso los juegos que hace ya bastantes años realizaban los chicos y chicas en plena calle, siendo muchos hoy en día los que los recordamos con un cierto regodeo.
No se practicaban todos a la vez, sino por épocas decididas libremente por los mismos jugadores, siendo ellos quienes establecían las reglas o las modificaban, aunque en ocasiones sostuvieran más de una discusión al aplicarlas. Así que además de ser un ejercicio físico, los juegos eran un laboratorio en el que chicos y chicas se preparaban para la vida en sociedad. Planeaban proyectos en común, los discutían, pensaban unas normas que fueran lógicas y de común acuerdo decidían ponerlas en práctica.
“Además de ser un ejercicio físico, los juegos preparaban a chicos y chicas para la vida en sociedad”
Hoy también los chicos y chicas practican juegos físicos, como son las actividades deportivas, pero casi siempre son programadas por algunas instituciones; sin embargo escasean esos otros que practicábamos a diario, promovidos por los chavales y chavalas que los iban a realizar. Claro que no hay por qué repetir hoy los mismos juegos de entonces, pero bastaría con que se jugase a otras cosas siempre que fuera por iniciativa de la niñez y con su total autonomía, madurando de ese modo su dimensión social, y no con ese dirigismo adulto actual que resta libertad a quienes participan.
Lo que comienza a ser considerable son los juegos virtuales, esos que requieren una pantalla para su desarrollo, predominando las historias violentas y de guerras. Se ha pasado de ejercitar el cuerpo en juegos de equipo a desarrollar la imaginación individualmente, de estar físicamente activos a permanecer sentados. En esos juegos de pantalla se adormecen la musculatura y los criterios morales, reduciéndose todo al placer por dar golpes y pegar tiros. Es cuestión de imaginar, se excusan los promotores, y no se pasa a la realidad, pero es una justificación que no sirve.
Hay una máxima sobre el asunto de la imaginación, que viene a decir que aquello que imaginamos muchas veces moldea nuestra mente, porque el alma se impregna de las imaginaciones. Por ello sería bueno impedir que niños y adolescentes se dejaran extraviar por la imaginación, y dejaran de pasar largas horas absorbidos por esas historias tan truculentas. Ahí sí que teníamos que intervenir los adultos.