La película dirigida por un especialista del cine de acción Chad Stahelski (dobló al propio Keanu Reeves en Matrix), y con el actor en horas bajas, se convirtieron en 2014 en una franquicia de culto. El director convirtió a un tipo normal, John Wick, en un sicario que debía luchar contra todo tipo de mafias. El film cosechó tanto éxito que hubo una segunda entrega John Wick: Pacto de Sangre, y ahora la tercera entrega con más acción, más violencia, se adentra de nuevo en este universo wickiniano. Continúan los mismos protagonistas: Keanu Reeves, Ian Mc Shane, Laurence Fisburne junto a Angélica Houston y Halle Berry.
John Wick (Keanu Reeves) arranca donde lo dejamos en Pacto de Sangre , el rey de los asesinos, sale cojeando del Hotel Continental, y sólo dispone de una hora para refugiarse de la orden dictada por la orden de los asesinos. Incluso su aliado Winston (Ian McShane), gestor del Continental va a sufrir las consecuencias de haber ayudado a John.
Cumplido el plazo, su cabeza vale 14 millones de dólares, y un sinfín de asesinos, entre ellos Zero (Mark Dacascos), que alentado por la Administradora de la Orden Asesina (Asia Kate Dillon), busca acabar con John. Wick para recuperar el beneplácito perdido, viaja hasta territorio marroquí. Allí contacta con una amiga, Sofía (Halle Berry), a la cual le hizo un favor en el pasado, y ésta le conducirá a otro mafioso, que puede llevarle al gran jefe de la Orden. A su paso le sigue un reguero de muerte y destrucción…
La primera hora es una clara muestra del puro cine de acción, sin respiro. El film posee un cuidado diseño de producción evocador de la novela gráfica, junto a unas milimetradas coreografías de secuencias de acción, rodadas en largos planos secuencia. En ellas se introducen los ataques con perros, la curiosa set piece del establo o el ataque en la Biblioteca Pública de Nueva York, con Wick machacando a un asesino con las tapas del libro: Cuentos Populares Rusos. Esta entrega rinde homenaje a las anteriores, pero se atasca al sacar al personaje a Marruecos, alargar la narración más allá de las dos horas, y sobre todo el final no está a la altura de un inicio demoledor.
Keanu Reeves encarna convincentemente a este tipo tan certero con una pistola, como letal con sus golpes de kárate. A su lado, Ian McShane y Lawrence Fisburne dan muestras de pasárselo de muerte.
Una nueva entrega de la saga de culto, donde la espiral de muerte y excesos, sigue exprimiéndose como un refrescante zumo en que se ha convertido el cine de acción; agitando en la coctelera: una poderosa fuerza visual, un chorrito de humor, y una cáscara de épica.