No cabe duda de que la narcisista especie autodenominada sin pudor “homo sapiens” es la más imbécil de todas las especies animales que habitan La Tierra. La manifestación más clara la tenemos en su continua necesidad de ir montando guerras por todos los rincones del planeta. Cualquier excusa es buena: la religión, la economía, el color de la piel, el sexo, la envidia, el egoísmo y tantas otra más. Todo vale para su autodestrucción.
Por eso, es de agradecer cualquier acercamiento para intentar acabar con este “ardor guerrero”, que parece formar parte ya de nuestro mal evolucionado ADN. Es una buena noticia que el Papa Francisco aterrizase en Bagdad para iniciar un viaje de tres días en Irak, como “una obligación hacia una tierra martirizada desde hace años”. Una guerra injusta, no nos olvidemos, que inició occidente con la falsa excusa de unas inexistentes “armas de destrucción masiva”. El Papa ha viajado tanto para mostrar su apoyo a las perseguidas minorías cristianas como para tender puentes con el Islam, a través de sus principales líderes, el gran ayatolá Ali Sistani, el primer ministro del país, Mustafa al Kadhimi y el jefe de Estado, Barham Salih, algo inimaginable hace unos años. “Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre”, comenzó en una de sus intervenciones.
Francisco recordó que, en Mosul, el Estado Islámico marcaba las casas de los cristianos para que pudieran ser saqueadas. Esto nos recuerda tantas otras guerras similares como la de la Alemania nazi o nuestra guerra civil o las guerras tribales de África o la aún no terminada entre blancos y negros, por no remontarnos a tantas y tantas guerras en nombre del dios particular de cada religión a través de toda la Historia de la Humanidad. No menos reprochables son los sucedáneos, las llamadas “guerrillas urbanas”, en las que, con el pretexto de defender una causa, se acaba aniquilando y robando todo lo que se encuentra, convirtiendo la destrucción y el robo en el objetivo prioritario y olvidándose de lo que se predicaba defender. Por no mentar las guerras cotidianas que no cesan en los ámbitos domésticos más cercanos.
Insistía Francisco con algunas frases que ha ido desgranando durante estos días: “Decimos no al terrorismo y a la instrumentalización de la religión”. “Este es el momento de reconstruir no sólo los edificios, sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos”.
A veces nos encontramos con ejemplos de solidaridad animal entre diferentes especies, llamadas irracionales y sentimos verdadera envidia de esta bendita irracionalidad, bastante más compasiva que la racional de la que presumimos.
Lo mismo desde el agnosticismo que desde la fe, las palabras de Francisco deberían servirnos en todos los órdenes de la Vida: “Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”.
Pero nos queda la eterna asignatura que no acabamos de aprobar: poner en práctica esta teoría. Porque la irracionalidad de la práctica bélica siempre acaba imponiéndose a la racionalidad de la práctica de la Paz