Empieza el fútbol, ¡por fin!, dirán los que lo están esperando con ilusión. Sabedores de estos deseos, las tv lo anuncian a bombo y platillo, con una música llamativa y con un gesto alegre y sonriente por parte de quien lo presenta, basándose en que divierte a un sector amplio de la población. Pero eso de la diversión tiene muchos matices: así es para los espectadores de casa si gana su equipo, mientras que para los del equipo forastero puede ser amargo si pierden, lo cual suele terminar en peleas multitudinarias y en actos más o menos vandálicos y a veces sangrientos. Cada vez hay más partidos de alto riesgo, y al parecer no se le da la suficiente importancia.
El fútbol es un espectáculo con valores no solo deportivos sino también estéticos y morales, aunque estos se están perdiendo
Por otra parte, esa amargura de los perdedores puede ser mucho mayor si entienden que el Var, o el árbitro impidió a su equipo conseguir la victoria, lo cual crea un profundo malestar que trasciende los ámbitos meramente deportivos y se intenta sospechar de los políticos. Y es que la victoria es una palabra clave, porque en el fútbol lo que más interesa es vencer. ¿Por qué se afán casi enfermizo de ganar siempre?, no me refiero a querer ganar un mayor sueldo, o aumentar el número de clientes o amigos, sino que lo que gusta en este caso es también derrotar al otro, alegrarse de su fracaso, disfrutar con su tristeza; existen deportes en los que por supuesto se desea la victoria, pero sin despreciar por ello al vencido, como sucede en el atletismo y en otros, pero en el fútbol parece que necesitamos sentirnos por encima de la otra ciudad o del otro país. Es como si fuera un resto atávico de esas guerras arcaicas entre los países vecinos.
No nos engañemos, el fútbol es una cosa y las diferentes ligas otra muy distinta. El fútbol es un magnífico espectáculo, con valores no solo deportivos sino también estéticos y morales, aunque hoy estos últimos se están perdiendo porque se cuecen demasiados intereses y bajas pasiones. Lo ideal sería valorar el ingenio y la soltura de una jugada, la fuerza de una carrera o la belleza de un salto, de una finta, o de un quiebro, sea del equipo que sea, pero para esto se requiere una objetividad que en el fútbol suele escasear demasiado, porque a la mayoría le cuesta reconocer méritos al equipo contrario. Algo estamos haciendo mal: escuchar lo que se grita en muchos estadios jornada tras jornada, y ver lo que sucede a la salida, es algo que nos debe obligar a enfocar el asunto de otra manera, y sin tardanza, porque si no, el camino que se vislumbra no es nada halagüeño.
Alfonso Verdoy