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Excéntricos, por Alfonso Verdoy

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Lo que más nos conviene es estar centrados; en esa situación nos sentimos a gusto y equilibrados, porque estamos en lo que debemos estar. A este respecto decía Helmut Plessner, un filósofo alemán del pasado siglo, que los seres humanos no siempre estamos centrados; nos distinguimos de las cosas en que estas ocupan un lugar que les ha sido asignado por la naturaleza o por nosotros, mientras que los animales y las personas no tenemos lugar sino posición, porque nos colocamos donde queremos. La posición en los animales es siempre céntrica, ocupan el centro de su mundo y están de continuo pendientes de él, así que su posición es un centro físico y también vital.

Las personas también tenemos posición, pero esta puede dar lugar a una actitud céntrica o excéntrica. La céntrica está en función de nuestra corporalidad, que ocupa el centro de su horizonte, pero no siempre estamos pendientes de nuestro ámbito físico, porque la conciencia nos puede descentrar, haciendo que vivamos de espaldas a nuestra situación y nos ocupemos mentalmente del pasado, del futuro o de lo imaginario. O sea que la conciencia nos puede centrar, pero también nos puede descentrar haciendo que nos perdamos en ese mundo que obnubila nuestra mente.

«La conciencia nos puede centrar y también descentrar,
si nos perdemos en lo que obnubila nuestra mente»

Hasta aquí, más o menos, una pequeñísima parte del pensamiento de Plessner, pero el momento actual da para mucho más, porque el filósofo alemán no consideraba en su tiempo la aparición de los teléfonos móviles y toda su parentela, pues son estos aparatos los que más nos descentran. No se puede negar su utilidad si se usan como se debe, pero estamos en una fase obsesiva de vivir para ellos y por ellos, y así nos desentendemos de nuestro entorno y no alejamos de lo que nos rodea, que es lo que más nos debiera interesar, salvo lógicas excepciones. En las calles se ve continuamente a individuos solos como hipnotizados por su móvil, igual que muchas parejas o pequeños grupos exclusivamente pendientes de esa mini pantalla que les tiene fascinados, sin hacer caso de las personas que les rodean.

Su uso compulsivo funciona como un gran remolino que nos va tragando, haciendo que perdamos de vista las cosas y personas de nuestro entorno, casi como si estuviéramos solos y perdidos, desorientados en lugar de orientados, puesto que perdemos el hilo de nuestros asuntos. Por ello somos doblemente excéntricos, con el peligro físico y psíquico que supone desentenderse de nuestro alrededor.