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Estamos en un tiempo en el que las dos grandes preocupaciones de la vida, a saber, el Amor y la Muerte (Eros y Tanatos), confluyen. Es tiempo de Difuntos, de Halloween, de Brujas, de muertos vivientes, de calabazas…y de Donjuanes. Cada cual, a su manera, busca la celebración que más se acomoda a su manera de ver o sentir las cosas.
Pero, sea como fuere, bajo el disfraz o el tipo de celebración que cada cual elija, no hay duda de que subyacen estos dos grandes centros de interés en torno a los cuales se mueve el ser humano. Bueno, está también Don Dinero, pero no deja de ser un espejismo pues de lo que siempre ha tratado el imbécil homo sapiens es acumular bienes materiales para intentar comprar el Amor o la Vida, algo que es incomprable y para lo que ha dedicado un inútil tiempo a lo largo de diversos siglos y culturas.
Alquimistas de toda condición buscaron panaceas para curar enfermedades, piedras filosofales para transformar los materiales en oro y que crearían el elixir tanto para enamorar como para alcanzar la inmortalidad. Los cuernos de rinocerontes, las vesículas de osos y otras pócimas han resultado vanas y quienes las ingirieron se han ido al otro barrio como nos iremos todos los hijos de vecino que transitamos este planeta esquilmado.
Y es que no hay mayor poder que la justica que imparte la muerte, tal como afirmaban nuestros sabios antepasados romanos: omnia mors aequat. Un tópico que hace referencia al carácter igualitario de la muerte que, en su poder, no discrimina a sus víctimas ni respeta jerarquías. Nadie, ni por motivos de sexo, posición, oficio… puede escapar de ella. Jorge Manrique lo usa prolijamente en las Coplas a la muerte de su padre: “así que no hay cosa fuerte,/ que a papas y emperadores/y prelados,/así los trata la muerte/como a los pobres pastores/de ganados”.
Sólo el Amor, al menos es lo que dicen los grandes poetas puede vencer a la Muerte, hasta el punto de que no son pocos los que mentan ese otro tópico Amor post mortem, es decir “El Amor después de la Muerte”, que Quevedo glorifica con uno de los mejores sonetos de la lengua castellana, cuyos tercetos finales dicen: “Alma a quien todo un dios prisión ha sido,/venas que humor a tanto fuego han dado,/medulas que han gloriosamente ardido,/su cuerpo dejará, no su cuidado;/serán ceniza, mas tendrá sentido;/polvo serán, mas polvo enamorado”.
No, no es que esto sea exclusivo de los más afamados vates del Renacimiento o del Barroco. Sin ir más lejos, el poeta castejonero Javier Velaza nos los recuerda en su poema “El salvavidas”: “Y si nada nos libra de la muerte,/al menos que el amor nos salve de la vida”. Aunque siempre habrá estúpidos que, a falta del Amor y de la Inmortalidad, que nunca podrán comprar, llegarán a ser los más ricos del cementerio.