La soledad sirve para muchas cosas, como por ejemplo para relajarse del ajetreo diario, para planear proyectos y para reflexionar sobre algunos aspectos de la vida, que viene a ser lo mismo que para hablarse solo. Pero esto, más que un síntoma próximo a la locura, tiene o puede tener un sentido muy profundo, y por ello decía Antonio Machado aquello de “quien habla solo/espera hablar a Dios un día”, lo cual es reconocer de alguna manera que es Dios quien nos escucha en lo más hondo de nuestro ser.
Hoy sin embargo ha desaparecido de nuestro panorama la creencia religiosa. Los medios nos presentan a veces personajes que presumen de ateísmo, ciertos sectores de la Iglesia han colaborado para reforzar esa opinión, y bastantes científicos afirman no haber encontrado a Dios por ninguna parte. Pero esto no debe sorprendernos, porque el objeto de la ciencia es únicamente buscar las relaciones entre las cosas materiales, tanto las de causa y efecto como las de proximidad en el espacio, tiempo y velocidad, y es lógico que si un agricultor no puede encontrar peces trabajando la tierra, tampoco un científico pueda encontrar entes espirituales observando y midiendo la materia.
Lo cierto es que hoy se ha puesto de moda la irreligiosidad, lo que implica sentirse desligados de una divinidad que nos acompaña, pero no desde fuera sino desde nuestro propio interior; esto produce como efecto un sentimiento de radical soledad, que nos induce a creer que podemos actuar como nos dé la gana, puesto que no tenemos que rendir cuentas ante ningún ser superior.
“Sentirse ligados a un ser divino, al género humano o a la conciencia son tres maneras de no vivir en soledad”
Claro que hay personas que sustituyen las creencias religiosas por un generoso respeto hacia la humanidad en general, y otras por un sentimiento de dignidad, que les hace actuar de acuerdo con la natural eticidad que de la propia conciencia emana. Por ello, sentirse ligados a un ser divino, al género humano o a la propia conciencia son tres maneras de no vivir en soledad y de sentirse responsables ante alguien o ante algo, experimentando además satisfacción por mantener una conducta solidaria.
Por el contrario, cuando estos tres sentimientos de dependencia desaparecen, las conductas se vuelven por lo general egoístas, irrespetuosas y violentas, porque entonces se vive en una extremada soledad, y en tal estado aparece la tentación de actuar solo por placer o en beneficio propio, siendo tal su fuerza que la mayoría de las veces caemos en ella. No hay más que abrir bien los ojos para comprobarlo.
Alfonso Verdoy