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Emocionarse

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Las emociones son quizá las vivencias más determinantes para nuestra vida; he hecho tal cosa porque he tenido una corazonada, decimos en ocasiones, siendo evidente que la “corazonada” es cosa del corazón, y el corazón sabe de emociones que la razón no comprende, como sentenciara ese genio filosófico y matemático que fue Blas Pascal.

Hoy es enorme el progreso científico y su divulgación por los medios, pero para que sean digeribles por todos es necesario quitarles peso con el fin de aclararlos, mas como decía Xavier Zubiri, nuestro gran filósofo, cuando las ideas se aclaran les pasa como al chocolate, que pierden sustancia. Así pues se han difundido los procesos neurológicos de nuestro cerebro al emocionarnos, pero de modo muy simplificado, lo cual nos ha hecho creer que las emociones dependen exclusivamente de esos procesos.

Un estímulo puede alterar nuestro sistema nervioso y provocarnos una emoción concreta, pero no necesariamente

Eso nos puede hacer pensar que somos más o menos como animales, o peor aún, como máquinas, que responden de manera establecida de antemano a la tecla que en cada momento se les pulsa, dando siempre la misma respuesta las máquinas de la misma clase. De este modo nos surge una fuerte predisposición a pensar que carecemos de verdadera libertad.

Pero se trata sin duda de una conclusión exagerada: es cierto que un estímulo puede alterar nuestro sistema nervioso y provocarnos inmediatamente una emoción concreta, como puede ser el miedo, por ejemplo, pero no tiene por qué ser siempre así. Porque además de las alteraciones que tal situación ha provocado en nuestras neuronas están las vivencias previas que sobre esa situación cada persona posee, los conocimientos que sobre ella nos ha dado nuestra cultura y nuestra propia historia, los valores que asumimos y los objetivos que nos hemos propuesto, lo cual puede hacer que ese miedo aumente o disminuya, se elimine o incluso suscite la emoción contraria, como sucede en aquellas personas protagonistas en espectáculos de riesgo.

Y es que no somos robots, un concepto que se nos ha colado de tapadillo y que nos ha hecho pensar que no hay otra que sucumbir a los estímulos recibidos. Pero si creemos firmemente que es nuestra mente la que nos puede servir de control sobre cualquier emoción, y ponemos esta creencia en práctica, a partir de ese momento comprobaremos que los circuitos neuronales y sus alteraciones nada pueden contra nuestras decisiones personales.

Alfonso Verdoy