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Lara Bartos Alegría, es concejala en el ayuntamiento de Murchante. Como tantas otras personas, ha vivido una dura experiencia, al resultar infectada por Coronavirus al principio de la pandemia, cuando todo sobre esta enfermedad era desconocido.
El día 10 de marzo empezó a notar fiebre y una sensación de malestar parecido a los síntomas de una gripe. “Estuve dos días con esta sensación”, nos cuenta, “hasta que se lo comuniqué a mi médico de cabecera. En esos días se empezaba a escuchar que si se padecía fiebre acompañada de dificultad respiratoria y tos había que comunicarlo. Aunque yo solamente tenía fiebre informé de ello, y descartaron que tuviese Covid-19. Aún así, me recomendaron aislamiento en mi domicilio y así lo hice.”
Los días pasaban y los síntomas no remitían. Cada día que pasaba me encontraba más débil, ya que comer me resultaba imposible. Pasaba el día tomando la medicación. Después de 9 días, le pedí a mi marido que me llevase a urgencias del Hospital Reina Sofía porque aquello no podía ser una simple gripe”
Cuando Lara llegó allí todo pareció empeorar por momentos. “Me encontraba tan débil que perdí el conocimiento antes de ser atendida. Rápidamente comenzaron a hacerme pruebas, entre ellas una PCR. Me diagnosticaron una neumonía bilateral, me conectaron oxígeno y me ingresaron en una habitación aislada. Cuando al día siguiente, el doctor me comunicó que era positiva el mundo se me vino encima. No podía creerlo, en aquellos momentos ni en mi entorno cercano ni en mi pueblo había ningún caso de nadie infectado por Coronavirus. Mi pregunta era: ¿y ahora qué va a pasar? El doctor me informó que el procedimiento a seguir era pasar a una habitación con otra persona positiva y comenzar el tratamiento contra el Covid-19, que tenía una duración de unos 10 días”.
Después de aquello, Lara fue trasladada a la nueva habitación “con una compañera cuyo estado de salud parecía ser peor que el mío. En ese momento comprendí que mi marido, que hasta entonces había estado conmigo en todo momento, tenía que marcharse”.
“A los dos días de estar instalada allí, la neumóloga se acercó hasta la habitación y nos comunicó a mi compañera y a mí que estábamos empeorando bastante y que nos iban a bajar a la UCI para conectarnos a un respirador artificial. Primero intubarían a mi compañera y luego harían lo mismo conmigo. Cuando escuché aquello pensé que no podía ser posible. El pánico se apoderó de mí por completo. Escuchar como intubaban a mi compañera y verla marchar me paralizó. No entendía cómo había podido llegar a esa situación. El tiempo que transcurrió hasta que los médicos internistas de la UCI volvieron a aparecer por la puerta con aquellos tubos y la bomba manual de oxígeno parecieron siglos. El miedo de no saber a qué te enfrentas puede llegar a ser brutal. Mientras comprobaban los niveles de saturación de oxígeno y me colocaban en la posición adecuada, les expresé mis dudas, realizando las preguntas, que imagino a todos se nos pasan por la cabeza en esos momento: ¿voy a sentir algo?, ¿cuánto tiempo estaré dormida?,¿me volveré a despertar?… Para sorpresa de todos, en ese momento los niveles de saturación eran aceptables y decidieron posponer la intubación para última hora del día. Al anochecer me comunicaron que por el momento seguiría siendo atendida en planta”.
“Habían pasado un par de días cuando se presenta en la habitación una doctora al cargo de la UCI y que viene a llevarme. Yo no daba crédito, aquello parecía una película de terror. Totalmente asustada le pregunté si no había otra solución y ella, después de un momento de silencio, me comentó que había una posibilidad pero que tenía que comentarla con los compañeros y salió de la habitación para hacer la consulta”.
“Al cabo de un rato volvió y me explicó que en Italia habían probado a colocar a los pacientes en posición prono (boca abajo), durante días y que estaba dando buenos resultados porque el pulmón se regeneraba más rápidamente. Me dijo que lo probarían conmigo pero que tenía que ser consciente de que sería duro, porque debería hacer el tratamiento despierta, y que debido al estado en el que me encontraba este proceso se tendría que llevar a cabo en la UCI porque allí estaría monitorizada y controlada las 24 horas, ya que si el tratamiento no funcionaba en pocas horas debían proceder a la intubación. Todavía recuerdo la cara de asombro de las enfermeras cuando me sacaban de la habitación. Aquello les rompía los esquemas, yo era joven, sin patologías y la enfermedad se me estaba apoderando”.
Lara estuvo en la UCI dos días boca abajo, “dándome la vuelta para las comidas, pero aquel enorme sufrimiento dio sus frutos. La situación empezó a mejorar y me subieron a planta”.
“De vuelta en la tercera planta pude comprobar que el personal sanitario se alegró de mi regreso, detalle que agradecí enormemente porque es muy duro pasar esa difícil experiencia en soledad. Mis únicos ratos en compañía los pasaba cuando “mis angelicos”, que ellas saben quienes son. Venían un momento a verme o a preguntarme desde la puerta cómo me encontraba para llamar a mi familia y poder tranquilizarles con noticias.
“Instalada de nuevo en la tercera planta tuve la suerte de compartir habitación con una buenísima compañera y persona que después de mucho luchar no consiguió salir adelante. Ella tuvo la fortuna de estar atendida por su hijo, que la cuidó con paciencia y cariño hasta el último momento. Nunca me había tocado ver marcharse a alguien y la verdad, sentir la muerte tan cerca me impactó mucho”.
“Ya, en mis últimos días de hospitalización, compartí habitación con una pareja encantadora (paciente y cuidador) que me hicieron más llevadera aquella soledad”.
“Si de toda esta experiencia vivida tuviese que quedarme con los buenos momentos serían: las esperadas visitas de mis angelicos, el buen trato recibido por el personal sanitario y el haber conocido a unas buenas personas que hicieron que las difíciles situaciones fuesen más soportables”.
“Y sobretodo, tengo que quedarme con los momentos más emotivos: las primeras llamadas telefónicas con mi familia después de muchos días sin tener contacto directo con ellos, la salida del hospital cuando mi marido fue a recogerme y el reencuentro con mi familia a través de una ventana cuando llegué a casa”.
“La vuelta al hogar fue como una bocanada de aire fresco. La recuperación fue progresiva con un seguimiento telefónico durante bastantes días con llamadas casi diarias. La recuperación prácticamente total llegó después de dos meses, aunque con una experiencia así nunca terminas de recuperarte por completo. Emocional y mentalmente han quedado unas cicatrices que difícilmente desaparecerán”.
Las Navidades están próximas y espero que seamos capaces de disfrutarlas de la mejor manera posible, siendo responsables y comprendiendo que el pequeño sacrificio de este año servirá para aportarnos grandes momentos en el futuro”.