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A mediados de los años 70 comenzó a popularizarse en España en Aeromodelismo de Vuelo Circular, considerado hoy en día una modalidad clásica que todavía conserva a sus entusiastas pilotos en muchos puntos del país.
El tudelano Juan Antonio Pérez Lázaro fue uno de esos «pilotos» que se aficionó a esta especialidad que, en apenas unos fue superada por los aviones de radiocontrol y, que en la actualidad está dominada por los drones y toda la tecnología digital que los rodea, convirtiéndolo hoy en día en uno de esas aficiones vintage que permanecen gracias al entusiasmo que siempre han tenido sus aficionados.
El vuelo circular, recuerda Pérez Lázaro, iba mucho más allá de poner en el aire una pequeña réplica aérea y demostrar más o menos destreza en su pilotaje. Conllevaba todo un ritual que incluía desde la excursión que había que organizar a las tiendas especializadas que existían en Zaragoza en busca de los modelos, hoy ya solo queda una, a su montaje, pintado y preparación. Todo para disfrutar de unos escasos minutos de vuelo que se iniciaban con la esperanza de un buen aterrizaje que no hiciera tener que volver a reconstruir el avión.
De aquellos inicios junto a un grupo de amigos y los vuelos en los campos de fútbol de Jesuitas le quedaron 5 aviones y una afición que, tras quedar aparcada, recuperó poco antes de la pandemia. Juan Antonio apenas tuvo que retocar los aviones y poner a punto los motores para volver a despegar. Ahora, reconoce, cuando tiene un hueco, sale a volar al polígono de La Barrena donde ha encontrado su particular aeropuerto en la explanada del aparcamiento de los cines.
Allí acude con Yeyito, el obligado modelo con el que se iniciaban los aficionados al aeromodelismo de vuelo circular; el Fenix, otro de los modelos «entrenador» pero un poco más avanzado que el primero; el atrevido Smausen de doble estabilizador que permitía realizar looping, vuelos invertidos y ochos en el aire; el Star; y una réplica del caza Mig 3 de la Unión Soviética. Todos, explica, «están realizados en madera de balsa, que dan forma a las alas y costillas del avión, con algunos puntos reforzados en pino y una bancada sólida de haya para soportar un motor de 2,5 c.c. y 15.000 revoluciones por minutos alimentado por una mezcla de metanol y aceite sintético».
Volarlos es todo un ritual. Primero medir la distancia adecuada desde la que volaremos el avión para que no se vea obstaculizado por nada, extender los 16 metros del cable de cuerda de piano de 0,3 décimas que provoca el efecto mágico de verlo volar libre, llenar el pequeño depósito que nos aportará los 5 minutos de pilotaje y despegar. A partir de hay las destrezas de cada aficionado lograrán que el avión de vueltas y vueltas, suba y baje de altura. Los más osados, confiesa el piloto tudelano, son capaces de realizar vuelos invertidos o realizar looping. «No era una afición cara», asegura, «pero enseguida llegó el radiocontrol y los aficionados se pasaron a esta modalidad de aeromodelismo que pervive gracias a un grupo de aficionados que se reúne en el aeródromo de Ablitas», concluye.
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