Una de las mejores cosas que nos puede pasar es que empuñemos continuamente el timón de nuestra vida. No porque de ese modo todo nos salga bien, ya que habrá cosas que se nos tuerzan, pero sí que al menos, en estos casos, no tendremos esa desazonante sensación de culpa que tanto duele.
Para dirigirnos con nuestro propio criterio es indispensable tener conciencia clara, en todo momento, de quienes somos, cuáles son nuestros planteamientos, nuestros objetivos y nuestros límites. Esto parece lo más natural, pero hoy la vida está montada de tal manera que a todo vamos con mucha prisa, no es como antaño; como había pocas cosas que hacer, solía sobrar tiempo para todo, mientras que hoy, con tantas incitaciones que la técnica nos ofrece, nos perseguimos a nosotros mismos para cumplirlas y sentimos que los días debían tener mucho más que las consabidas 24 horas. Por eso ya no tenemos una conciencia tan clara de quienes somos y de quienes queremos seguir siendo, porque lo que se nos impone son las cosas que nos presionan.
Hoy seguimos siendo conscientes de nosotros mismos, pero en segundo o en tercer lugar, y no con la fuerza necesaria
Claro que en este caso continuamos siendo conscientes de nosotros mismos, pero no en primer lugar, sino en segundo o en tercero, y no con la fuerza necesaria. Por ello, en lugar de primar la conciencia de nuestro yo, lo que se impone es la conciencia de todas nuestras posibles actividades. Lo que nos importa es llevarlas a cabo, cumplirlas para sentirnos tranquilos, y por eso no somos auténticamente conscientes de nuestro ser. Y curiosamente, esa tranquilidad perseguida se esfuma y desaparece, por lo que se apodera de nosotros una cierta frustración. Pero, ¿por qué?,- nos preguntamos- si he trabajado, si me he esforzado y después de todo no me siento satisfecho, ¿qué es lo que he hecho mal?
La respuesta surge por pura lógica, y es que lo que hemos hecho mal es hacer casi todas las cosas sin preguntarnos si estaban o no de acuerdo con nosotros, si se adecuaban o no a lo que en principio nos habíamos propuesto. Hemos preferido la cantidad a la calidad, y de ese modo la indigestión se presenta sin paliativos. No hemos tenido interés por nosotros o al menos solo un interés escaso e insuficiente, porque lo que de veras nos ha interesado es una actividad múltiple y casi frenética. Y no es que las cosas no sean importantes, porque sí lo son, pero no todas, ni más que nosotros mismos. Creer lo contrario es impedir que empuñemos nuestro propio timón.