Inicio Colaboradores Alfonso Verdoy El refugio de las Fiestas, por Alfonso Verdoy

El refugio de las Fiestas, por Alfonso Verdoy

-- Publicidad --

Generalmente las fiestas surgieron para celebrar el final de las tareas de un pueblo, sobre todo las agrícolas. Buscaron un Santo o una Santa a quienes encomendarse para pedirles protección, y se dedicaron a honrar a tan celestiales patrones y también a divertirse durante unos pocos días, normalmente no más de una semana. Así que Fiesta significa que se terminó el trabajo, lo cual se vive con desbordante alegría.

Pero además de proporcionar descanso y fomentar regocijo, la fiesta sirve también para manifestar y afirmar la identidad de una población. Es como si los nativos de ese lugar tuvieran la necesidad de decir “nosotros somos así”, porque en el resto del año, con tanta globalización, hay pocas ocasiones para expresar lo que reamente somos. Y la mejor manera de hacerlo es repetir las tradiciones que nos han configurado. Claro que la fuerza orgiástica de la fiesta no puede quedar reducida a la tradición, sino que también se explaya en actividades nuevas, vibrantes y jubilosas, que con el paso del tiempo irán perdiendo su carácter novedoso y pasarán a engrosar el ámbito de la tradición. Así es el discurrir de la historia.

Las tradiciones no son un simple recuerdo de costumbres, no solo se rememora un hecho, sino que sobre todo se revive el alma de cada comunidad popular, ese alma en la que de alguna manera participamos todos. Repetir una tradición no es solo situarse con la imaginación en los orígenes de nuestro colectivo sentir, sino que es sobre todo experimentar cómo ese sentir se despierta oscuramente en nosotros, como recorre todo nuestro ser en un instante con la rapidez del rayo y nos hace sentirnos henchidos de una callada felicidad.

Y es que revivir un hecho tradicional, participar en él, es como si en ese momento nos trasladásemos a los principios de nuestra esencia, como si nos empapásemos de ella y la sintiéramos palpitar con una fuerza inusitada. Es tanto como romper las leyes de la física y hacernos retroceder en el tiempo desde el ahora hasta el momento en que nuestros antepasados estrenaron el hecho que estamos conmemorando. Es sentir que el corazón puede ir y venir desde el presente hasta el pasado, como si dominásemos el tiempo, como si estuviéramos unidos, pegados a esa tradición, como si en ella fuésemos a vivir por siempre, como si en ella fuésemos eternos. Por eso vivimos las Fiestas con una sensación de plenitud, porque nos sentimos más vivos que el resto de los días al estar más íntimamente unidos con nuestra propia historia.