Onfray nos dice que algunos jardines son bibliotecas, pero que no siempre las bibliotecas son jardines. Eso nos lleva a esa falsa creencia que hay que leer, y que leer mucho está muy bien. Solemos construir el mundo con estos eslóganes, fáciles, mediocres y falsos. Nunca la cuestión es leer mucho o leer más. En ese mundo de adiciones culturales la lectura se traslada a la lengua, pareciera que si sabes dos idiomas tienes capacidad para comprender el mundo en otra cultura, de otra “forma”. Esta idea es falsa, puedes ser tonto con un idioma, con dos, incluso con cinco, como pensaba Ortega de Madariaga.
Ni tener una biblioteca propia, o leer mucho, o saber muchas lenguas, es constitutivo de ser culto, de saber construir un análisis y una crítica acertada y profunda para lo ajeno, y aun es más difícil hacerlo para aplicarse lo sabido a uno mismo. Esto no es una apología de la incultura, o una invitación a quemar en la hoguera de la vanidad bibliotecas, libros y lenguas.
El problema de la cultura es que no es una construcción personal en cuanto que la creamos. Más bien aterrizamos en ella. Y luego, si eres lo suficientemente original aportaras tu granito de arena. En realidad la mayoría de nosotros vivimos aceptando todo lo que nos cae del cielo, en un elegir-entre, y esa es nuestra aportación en la cultura del consumo o posmoderna. Somos consumidores, y en tanto que un consumo lo hacemos mayoritario, lo convertimos en tendencia, y son ese conjunto de indefinido de normas, modos, estructuras, los que configuraran nuestra vida. Siempre demasiado corta para apreciar cambios significativos en ella. Eso significa que la cultura no es una obra personal, es una labor colectiva con millones de aportaciones en un dialogo de preguntas y respuestas, puertas y muros, algunos muy altos.
Pero volviendo a la pregunta original; ¿Cómo nos convertimos en cultos o sabios? (sin descartar el plano ético de buenas personas) Como hemos visto no depende de bibliotecas, o leer más. Sin duda ese “camino” es personal, es el camino del saber.
Recostado en tu cama un día piensas que lo que hay no te basta, que tiene que haber algo que te provoca esa insatisfacción. O al contrario, que al experimentar una sensación, el misterio ha sido tal, que intentaras profundizar en el. Nos ocurre a todos, alguna vez en nuestra vidas, que con un libro en las manos algún autor en busca de un personaje describe una vivencia en la que te reconoces de una forma “literal”, tan llena de matices que te ves mejor reflejado que cuando tú lo intentabas explicar con tus propias palabras. Ese momento es magia, y de la buena.
Recoger esa palabras, hacerlas tuyas, porque explicaban mejor lo que tú sentías, y llegado el momento, descubrir y crear una nueva relación propia con el mundo. Esa es la fuente.
Hace dos días una bonita mujer me pregunto si sabía que, de seguir por ese camino, iba a “aislar” a mis hijo. Un precioso verbo transitivo que referencia la soledad de una isla. No supe qué responder. Benditas las islas, los verbos transitivos y las mujeres guapas.
Sobre la soledad… solo hace falta darse una vuelta por la ciudad. Ya caminamos en islas y este es uno de esos cambios culturales de los que estamos siendo testigos. Estamos dejando atrás los lazos de la familia tradicional mediterránea. No hay más que echar un vistazo, vivirán nuestros hijos cada vez más solos. En la soledad. Yo hago una apuesta, creo que tengo el derecho y el deber de hacerlo. Creo sinceramente que tener un espíritu de explorador les ayudará en ese camino.
Juan Manuel García Albericio