Estamos en época de refugiados. Procedentes de Asia y de África, una multitud de familias huyen de la hambruna y del poder de unos políticos empeñados en oprimir a los más débiles. Y estos huyen sin rumbo fijo, igual que la Virgen y San José en las que iban a ser las primeras navidades de la historia. Pero igual que pasó con esta divina pareja hace dos mil años, a los refugiados actuales nadie les quiere dar cobijo, y permanecen desolados, sin alimentos, mal guarnecidos de la intemperie, sin lavabos, ni excusados ni agua corriente. Y allí están, mientras los poderosos se alegran de haberlos despachado. Y hasta es posible que, igual que le sucedió a la Virgen, alguna refugiada esté en cinta, y es también muy posible que dé a luz, sin otro calor que la cercanía de su esposo y de algún animal, quizá un perro, que les acompañará cariñoso.
Pobre niño del que así nazca, igual que Jesús, sin otro amparo que el de sus padres, que será casi nulo. Pero también cabe la posibilidad que, lo mismo que en aquellas navidades recién estrenadas, alguien, los más humildes y de buen corazón, movidos por su compasión desinteresada, desentendiéndose de amenazas y prohibiciones, comiencen a llevarles ropa y comida, alguna paloma, algunos huevos, algún pan o incluso algún pececillo pescado en ese riachuelo cantarín como el que imaginamos en los belenes, y así, poco a poco, el niño vaya saliendo adelante, y sus padres vayan recuperando la calma y se les esponje el corazón, porque su hijo va salir a flote, ese hijo que se ha convertido en el centro de esa humilde familia y también de esas humildes gentes, porque ha sido capaz, sin quererlo, de marcar unas tareas a los seres más cercanos, y les ha organizado la vida.
«Los refugiados huyen sin rumbo, igual que la Virgen y San José
en las que iban a ser las primeras navidades de la historia»
Y hasta es posible que algún día, una luz especial ilumine a reyes de todos los continentes, y estos comprendan que hay que acercarse a estos niños, porque son nuestro futuro. Y a lo mejor hasta les ofrecen lo necesario para que puedan vivir con desahogo y alcancen una plena madurez, y se impone por fin la paz, y no hay huidas ni refugiados. Quién sabe si a lo mejor es este el mensaje del evangelio, quién sabe si cada nueva situación nos abre los ojos para descubrir nuevas interpretaciones y entender que el mensaje no son las luces sino la Luz, que no somos nosotros sino ellos, que no es solo recordar lo que sucedió en el pasado sino sobre todo proponernos lo que ha de ser en el porvenir. Quién sabe.