La pandemia de la enfermedad del coronavirus ha ocasionado cambios en nuestros modos de vida, trastocado actividades e iniciativas y afectado a muchas actividades de ocio y la cultura, como ha ocurrido con la música, la misma que ha sido capaz de poner banda sonora al confinamiento en todos los rincones de España, que todos hemos cantado y bailado, pero a la que la «nueva normalidad» parece que va a dejar sin volumen.
Diego Ramírez, músico y director del conservatorio de música de Tudela, habla del futuro del sector cuando todavía hoy resuenan los cientos de melodías que con una puntualidad británica sonaban en nuestros balcones «celebrando la vida, que no es poco», destaca. «A las 8 de la tarde. Eran las 8 de la tarde. Los músicos dejaban aquello que estaban haciendo… hablar con su madre o con su hija, o brindar con los cada vez más cercanos amigos en la lejanía… y envueltos en frecuentes ataques de melancolía y de ausencia se enfundaban los instrumentos en un al mal tiempo buena cara y ofrecían al resto de ventanas, no siembre llenas y a veces vacías, lo mejor de sí mismos», recuerda el músico tudelano.
Sin embargo, el horizonte a medio plazo se muestra plano y gris para los músicos de un país acostumbrado a vivir en la calle. «La música se quedará ahí, en la barandilla de los balcones, conviviendo con la última gota de las lluvias de abril que desescala como una furtiva lágrima por el quicio de la ventana. Y tal vez esta música, a partir de ahora, solo sobreviva en la retina de nuestros recuerdos o quizás aparezca vestida de verde en los sueños en blanco y negro que aún inundan nuestras noches. Porque va a hacer falta recordarla para revivirla».
El virus, lamenta, ha dejado una cargamento de malas noticias para el sector. Miles de músicos desprovistos de conciertos, de ferias, de bandas, de orquestas. «No va a haber música y aunque el alma de los músicos sobreviva con los aplausos, su aparato digestivo necesita patatas y pizzas y carne y pescado», ironiza.
No es necesario pensar a lo grande, mirar a todo un país, pensar en festivales de verano o los grandes escenarios de conciertos para apreciar la herida que el coronavirus deja en el sector. Basta mirar a nuestro alrededor. Elegir cualquier localidad de la Ribera, pensar en nuestras fiestas y valorar la presencia que tiene en ellas la música para darse cuenta de que muchos de nuestros jóvenes artistas, fruto del trabajo y esfuerzo que se desarrolla curso tras curso en nuestras escuelas de música y conservatorios, se va a quedar sin una importantísima fuente de ingresos. «Estos músicos que pueblan nuestros veranos y fiestas pasan a ser víctimas colaterales olvidadas, el problema número 134 de la pandemia», apunta Ramírez que entiende que ha llegado el momento de que las instituciones le echen imaginación y encuentren otra solución que no sea el paro absoluto.
Sin fiestas, no hay orquestas
El músico de Fustiñana, Francisco Javier Arrondo Calavía, lleva casi 3 décadas en el mundo de la música. Actualmente es el gerente y propietario de Ingenio Producciones, una empresa que se encarga de la organización de eventos cuyo exponente principal es la Orquesta Ingenio. La música, reconoce, lo es todo en su vida. «Es mi trabajo, mi ocio, mi pasión… la vida sin música seria un error», afirma.
Sin embargo, ese error del que habla está a punto de cometerse. «A estas alturas otro año estaríamos con el nuevo espectáculo trabajado y tendríamos preparada toda la estructura de trabajo al 100% para afrontar el verano, con un volumen de conciertos bastante grande que en una temporada normal ronda los 80 espectáculos», señala.
La llegada de la pandemia ha trastocado todos los planes. «Al principio pensé que seria largo, pero no tanto. Que podríamos trabajar en julio o agosto… pero ves cómo van evolucionando las semanas del confinamiento, que la solución mas fácil para evitar problemas está siendo suspender las fiestas y te das cuenta de que la situación va a ser dramática. Esto nos ha llevado a asociarnos a nivel nacional en “Acople” para sentarnos con el gobierno en una mesa de trabajo y tomar medidas urgentes», explica.
En este sentido, Arrondo pide sensibilidad a las administraciones. «No celebrar eventos va a suponer un problema cuando consideramos que hay alternativas. En un concierto se pueden respetar medidas de seguridad, sólo hay que querer hacerlo. Como músicos no podemos acogernos a un ERTE, tampoco ha habido ayudas para el sector, así que nuestra única esperanza es poder salir a trabajar algo en verano. La solución no es suspender las fiestas y destinar el presupuesto que da de comer al mundo de la cultura y el espectáculo a otros fines. No pueden dejarnos atrás», reclama.
El músico de Fustiñana reconoce que conforme pasan los días el futuro, los ánimos disminuyen. «Es duro ver como las personas que han dedicado su tiempo a hacer mas amena la cuarentena cada día a las 8 de la tarde se van quedando en el olvido. El aplauso alimenta el alma del artista pero no le da de comer, ni a el ni a sus familias. Queremos que se cuente con nosotros, que sepan que estamos aquí, que somos un sector necesario, una industria que genera millones de empleos y motor de otros muchos sectores económicos».
Las charangas no sonarán en las calles
El cascantino Mikel Roncal es profesor de percusión y acordeón las escuelas de música de Castejón, de Azagra y de Cascante. Además forma parte del grupo jotero “Alegría Ribera» y es uno de los músicos de las txarangas Udekasi y Malatxo.
Comenzó tocando el tambor con los gaiteros de Cascante cuanto tenía apenas 5 años y a los 7 ya estaba matriculado en la escuela de música de Tudela, así que es normal escucharle contar que la música es su vida. «Me dedico a ella, y en mi tiempo libre siempre estoy en contacto: con ensayos, estudiando, grabaciones, arreglos de canciones. Gracias a la música he conocido a la mayor parte de mi entorno y también muchos lugares distintos, en definitiva e insisto: la música es mi vida».
En los últimos años, Mikel ha estado reivindicado el papel que desempeñan las charangas y que se reconozca su trabajo de una manera acorde al esfuerzo que muchas de ellas dedican a la hora de realizar arreglos a conocidas composiciones musicales que animan nuestras fiestas. Este año, en cambio, el covid ha dejado aparcada esta lucha. A estas alturas de la primavera, señala, los ensayos con la txaranga ya estarían ultimados y ya habrían llegado los primeros «bolos» de una temporada que se iniciaba con el día del socio de Andatu y se prolongaba hasta las fiestas de su localidad, en septiembre.
Reconoce que jamás se planteó vivir esta situación hasta el pasado 12 de marzo, cuando todo el país se preparaba para encerrarse en casa. «El 20 de febrero habíamos estado tocando en los carnavales de Tolosa como si nada», recuerda.
La cancelación de fiestas y eventos dejará sin contratación a txarangas, mariachis, grupos de jotas, gaiteros, indica «afectará especialmente a gente que está estudiando y que cuenta con la música de verano como una fuente de ingresos y a muchos profesores que, tras finalizar nuestros contratos en junio contamos con estos ingresos para salvar el verano».
Pocas veces ha sido tan complicado manejarse en un «escenario» como el que tienen que afrontar. No obstante, Ramírez confía en que músicos y público vuelvan a reencontrarse más pronto que tarde. «Volveremos a tenerlos entre nosotros, en más fiestas y rumbas y volveremos a llenar el cajón de nuestros recuerdos con melodías pegadizas, bailes despegados y guitarristas de salón, mientras a lo lejos se adivina la silueta de dos ancianos bailando un eterno pasodoble como inmejorable metáfora de nuestra nueva realidad. Y volveremos a desgañitarnos con esa vieja canción que se puso de moda en el Instituto; y volveremos a casa ojipláticos después de ver la orquesta de la plaza con tantas luces y voces y aplausos. Y volverán los músicos… aquellos que no hayan tenido que vender su instrumento para poder comer. Volveremos, dicen. Claro que sí, pero tal vez de nuevo, a las 8 de la tarde», advierte.