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El cine de la tele

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No me voy a referir a todas las películas que proyectan las teles, porque de vez en cuando, y aunque no sea más que por crear excepciones que confirmen la regla, ponen alguna decente y hasta muy buena. Pero lo que se ve, o al menos lo que anuncian-porque yo me niego a verlas después de esos trailers tan violentos y plagados de monstruos – demuestra que se trata de filmes de escaso contenido humano y artístico.

Es evidente que el cine es fundamentalmente visual, pero el arte auténtico da siempre al espectador la posibilidad de participar, de algún modo, en su construcción. Por eso es también el arte de sugerir, de hacer que el espectador fabrique en su mente esa escena que falta, y que pese a ello da como vista. Para lo cual es necesario que el realizador aplique su ingenio y utilice el espacio fuera de campo, o la elipsis adecuada o el plano siguiente, en el que podamos adivinar lo que la pantalla no mostró.

El cine es un arte de ver, pero también de sugerir, de hacer que el espectador fabrique en su mente esa escena que falta

Todo eso hace que el espectador se meta en el argumento y vaya construyendo posibles secuencias. Pero las películas a que me refiero son totalmente explícitas, sin dar cabida a sugerencias de ningún tipo, como si el espectador fuese incapaz de pensar por su cuenta. Exhiben con todo detalle la muerte a tiros de los personajes, dando al espectador el morbo de la violencia extrema, y en cuanto al erotismo, la mayoría de los realizadores se esmeran al máximo en mostrar los pormenores de esas escenas, acercándose demasiado al porno. Realmente se podía contar lo mismo sin necesidad de mostrarlo, pero se prefiere la parafernalia de lo externo y se olvida el aspecto interno, el cómo del aspecto psíquico de los protagonistas, qué piensan y sobre todo qué sienten, que es donde de verdad reside la fuerza narrativa y lo más difícil de comunicar.

Ese modo de hacer cine nos mantiene callados y pasivos durante dos horas, porque se nos niega nuestra colaboración. Es como encontrarse con esa persona super habladora que no nos deja intervenir en la charla, razón por la que intentamos huir ante un posible encuentro. Pues igual son esos directores tan exitosos, charlatanes que no nos dejan meter baza y además no dicen nada importante, por lo que deberíamos evitarlos. Lo que pasa es que tienen la ventaja de explotar nuestra tendencia morbosa, a cambio de ocultarnos el verdadero arte, ese que no saben hacer y que descubre mucho más de lo que muestra. Motivo por el que las cabezas pensantes de nuestras teles debían dejar de emitir tales bodrios. Pero para desgracia nuestra, no les interesa.

Alfonso Verdoy