Es un poco descorazonador que en mitad de una crisis ambiental y social global como es el cambio climático, el Ayuntamiento de Tudela no vea necesario formar un Consejo de Medio Ambiente para promover la participación ciudadana. Descorazonador porque parece que se queda un poco atrás respecto a la tónica general de otras instituciones que se están implicando más en la lucha contra esta crisis (la Ley de Transición ecológica, el proyecto LIFE NAdapta…) o porque directamente va en contra del Convenio de Aarhus, vigente en la UE desde 2001 y ratificado en España con la Ley 27/2006, por el cual se «regulan los derechos de acceso a la información, de participación pública y de acceso a la justicia en materia de medio ambiente”. Tudela, al igual que el resto del país, se encuentra en riesgo de desertificación y degradación del suelo debido a un aumento considerable de las temperaturas y cambios en los regímenes de lluvias en los próximos años. Es difícil de entender por qué algo tan simple como involucrar a la población , que va a sufrir los efectos del cambio climático, en la toma de decisiones y desarrollo de estrategias sobre estos, le parece mal al Ayuntamiento.
Lo que sí les parece buena idea es incorporar un campo de golf a la Estrategia y Modelo de Ocupación Territorial de Tudela. Un campo de golf en un terreno comunal de uso agrícola, en una zona casi semiárida y con un desconocido porcentaje de población golfista, les parece tan importante y necesario para Tudela que lo quieren meter en el Plan Estratégico y financiarlo con dinero público. Digo desconocido porque los señores de la asociación GRASS tampoco saben cuál es la demanda real de este deporte, o al menos no la han compartido. Casi parece que el público objetivo de este campo no sea la gente de Tudela.
En su artículo en defensa del golf para «tod@s” dicen que un campo de golf puede ser un «pulmón verde”, obviando que la maquinaria utilizada para la construcción y el mantenimiento del campo generan más CO2 del que secuestran. Según un estudio de Barlett y James (2011), que un campo de golf sea una fuente o un sumidero de carbono depende mucho del tipo de manejo que se practique y de los condicionantes ambientales locales, recayendo la mayor parte de la acumulación de carbono en los árboles. También advierten que hay que considerar las emisiones de metano o dióxido de nitrógeno derivado de los fertilizantes, gases que contribuyen mucho más al efecto invernadero, algo que en su modelo no pudieron incluir. Las estimaciones sobre el consumo de agua van desde los 7200 a los 15000 m3/ha/año para un campo de 50 ha, según varios estudios recopilados por la Junta de Andalucía en 2011. En un campo de 65 ha, serían entre 468000 y 975000 m3/año, por lo que ponerlo en una zona que va a sufrir escasez de agua no parece una buena idea, ni siquiera para el beneficio del propio campo.
Tampoco es cierto que no se vaya a utilizar herbicidas o fungicidas, teniendo en cuenta que el manejo de las gramíneas que se realiza en los campos de golf las hace poco competentes frente a las malas hierbas y al ataque de hongos (Christians et al., 2016).
Pero lo relevante no es sólo cuán sostenible pueda ser, o no, un campo de golf, sino el uso de dinero y terreno públicos para satisfacer unas necesidades que no son las de Tudela y para un fin que no es el más adecuado para el terreno en el que se va a situar. El sector agrícola es el que más va a sufrir con los efectos del cambio climático y uno a los que más transformación le van a exigir las políticas europeas. Parece más coherente con la función de la EMOT dar apoyo a un sector tan importante en la zona tanto a nivel económico como ambiental y, en vez de quitarle tierra, impulsarlo a ser más sostenible y acorde con los objetivos de la transición ecológica.
Ana Zuazu Bermejo, bióloga especializada en conservación de la biodiversidad