Comienza un curso extraño y lleno de dudas, marcado, al menos en inicio, por el tema de la pandemia. Esta circunstancia, con los protocolos físicos que conlleva, ha hecho olvidar, en cierto modo, el verdadero problema de la Educación.
Desde la llegada de la democracia hemos conocido (¿sufrido?) siete Leyes educativas, a saber LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE. A falta de la octava, que está al caer, ya casi no quedan siglas en esta larga letanía de despropósitos. Esta es una de las tantas eternas desgracias que padecemos las gentes de a pie, y que tendremos que seguir padeciendo, pues parece que los dos grandes partidos que se reparten el Poder desconocen la palabra “acuerdo”, y cada uno de ellos insiste en acuñar su L diferente que, en la práctica, no cambia nada en lo sustancial.
Se da la circunstancia que, en este pasado agosto ha fallecido Ken Robinson, asesor internacional sobre educación y considerado un experto en asuntos educativos relacionados con la calidad de enseñanza, vinculada con la creatividad, la innovación y los recursos humanos. Robinson defendía que la Educación debía desarrollarse en tres frentes. “Primero, que debe alentar la diversidad ofreciendo un currículo amplio y animar la individualización del proceso de aprendizaje. En segundo lugar, debe promover la curiosidad a través de la enseñanza creativa, que depende de una alta calidad en la formación y desarrollo del profesorado. Finalmente, debe centrarse en despertar la creatividad a través de procesos didácticos alternativos que pongan menos énfasis en unos exámenes estandarizados, otorgando así la responsabilidad de definir el curso de la educación en escuelas y profesores individualmente”. Venía a concluir que el currículo actual es obsoleto, conformista, dócil, estandarizado y que apenas dota de acercamientos creativos al aprendizaje. Robinson criticaba asimismo la gestión educativa que impera en el mundo desarrollado y, en esa línea, despreciaba las pruebas PISA por considerar que “se reducen a una mera competencia entre países para situarse en las clasificaciones internacionales de educación y así justificar sus políticas”. Es así como los intereses de los estudiantes quedan en segundo plano, dejando fuera del sistema a escolares que no accederán a la Universidad, muchos de ellos con un gran potencial creativo.
El Profesorado se ha visto inmerso en un engranaje impuesto desde las Administraciones, sin casi posibilidades de salirse de unos programas que son demasiado similares a los de hace cincuenta años. Y, aunque los objetivos teóricos no dejan de ser interesantes, en la práctica al alumnado se le examina, sobre todo, de conocimientos. Por si esto fuera poco, paulatinamente han ido perdiendo peso curricular materias como la Filosofía o el Arte (en sus diversas manifestaciones) y ni siquiera existe una “Metodología de la expresión oral y escrita”, tan transversal como necesaria.
Es una pena que, ahora que el sistema educativo necesita reinventarse, no se fomenten más las posibilidades que ofrece la creatividad, tanto de forma presencial como a distancia.
Como siempre, “malos tiempos para la lírica”.