Escribo esta columna la noche del domingo 27 de noviembre, festividad de San José de Calasanz, patrono de Maestros y Maestras. Un buen momento para hablar de Educación. Así, con mayúscula. Entre las distintas definiciones que podemos encontrar, “se denomina Educación a la facilitación del aprendizaje o de la obtención de conocimientos, habilidades, valores y hábitos en un grupo humano determinado”.
Es un axioma incontestable que los primeros pasos del proceso educativo, tanto en casa como en la Escuela, son fundamentales; como también que este proceso no tiene fin, puesto que nunca se debería dejar de aprender. El problema radica en que mucha gente confunde Educación con Instrucción. Gente que piensa que la obtención de títulos, enmarcados en raíces o pan de oro, da garantías para ser educado. Pero el componente instructivo no es en modo alguno suficiente. Como decía Aristóteles “La Educación consiste en dirigir los sentimientos de placer y dolor hacia el orden ético”. Por lo tanto, los valores que dicta la Ética son necesarios, sin los cuales no puede haber una verdadera Educación. Basándose en esto, en muchas sentencias por faltas o delitos, sobre todo los cometidos por infantes o adolescentes, se acostumbra a poner penas que contribuyan a la reinserción educativa, con el fin de que aprendan a reflexionar sobre sus actuaciones, algo que está bien visto por la mayoría de los estamentos sociales.
Pero el verdadero problema viene cuando quienes, en virtud de la posición social que ostentan, deberían ser un referente educativo, no lo son en absoluto. Lo ocurrido esta pasada semana en el Congreso de los Diputados y Diputadas, y en otras Administraciones “democráticas” ha sido realmente vergonzoso, por utilizar un calificativo suave. El tener diferentes posicionamientos respecto a una propuesta en un debate político es algo natural y requiere argumentaciones basadas en el razonamiento de los diversos puntos de vista. Pero jamás se debe faltar al Respeto del adversario mediante el insulto “barriobajero y soez” o la violencia verbal, proceda de quien proceda. Así solo se pierde credibilidad y se consigue lo contrario de lo que se defiende.
Se ha afirmado en repetidas ocasiones que el valor de una sociedad se mide por el nivel de Educación de los individuos que la componen. Y así es. No estaría de más que para estas personas, que se hacen llamar “padres (o madres) de la Patria” se propusiesen unas sanciones de tipo reeducativo. Por proponer alguna idea constructiva, no vendría mal que en el propio Congreso de los Diputados hubiese una “escuelita” en la que un grupo de infantes o adolescentes pudiesen sancionar a “sus maleducadas señorías” con el fin de reinsertarlas para que alcancen una “mínima Educación”. Es el mundo al revés pero, al menos, serviría para que adquiriesen esa mínima Educación que, por lo visto, no aprendieron en sus casas ni en la Escuela.